Encontraron los conquistadores en Tlatelolco toda clase de mercaderías, desde oro, plata, plumas y mantas, hasta esclavos y esclavas; desde ropa y zapatos hasta cueros de tigres, de leones, de nutrias y venados. Lo mismo que animales vivos: gallinas, gallos, conejos, liebres y venados. Y, por supuesto, en el mercado se vendían también cosas cocidas, miel y melcochas, fríjoles, chía, y otras legumbres y yerbas. Todo esto tendría que haber dado al mercado de Tlatelolco un olor característico.
Esto último, tomando además en cuenta, que Bernal Díaz del Castillo escribe que: ”…hablando con acato, también vendían canoas llenas de hienda de hombres, que tenían en los esteros cerca de la plaza, y esto era para hacer o para curtir cueros, que sin ella decían que no se hacían buenos. Bien tengo entendido que algunos se reirán desto; pues digo que es así; y más digo, que tenían por costumbre, que en todos los caminos, que tenían hechos de cañas o paja o yerbas porque no los viesen los que pasasen por ellos, y allí se metían si tenían ganas de purgar los vientres porque no se les perdiese aquella suciedad”.
Visitaron Cortés y los conquistadores también el templo de Huitzilopochtli, en donde fueron recibidos por el mismo Moctezuma. Ahí descubrieron otro olor característico de Tenochtitlan: el de la sangre de los prisioneros sacrificados. Al entrar al templo, los visitantes pudieron ver a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, con una “cara y rostro muy ancho, y los ojos disformes y espantables… y unos braseros con incienso, que es su copal, y con tres corazones de indios de aquel día sacrificados, e se quemaban, y con el humo y copal le habían hecho aquel sacrificio; y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañadas y negras de costras de sangre, y asimismo el suelo, que todo hedía muy malamente”.
Los nativos americanos también conocieron nuevos olores. En la “Visión de los vencidos”, Miguel León-Portilla y Ángel Ma. Garibay relatan el asombro que produjo en los enviados de Moctezuma la demostración de las armas de fuego por parte de los conquistadores: “Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra sale de las entrañas: va lloviendo fuego, va destilando chispas, y el humo que de él sale, es muy pestilente, huele a lodo podrido, penetra hasta el cerebro causando molestia”. Y ni que decir que el rechazo que les debe haber causado el olor corporal de los conquistadores, que pocas oportunidades tenían de darse un buen baño.
Sabemos acerca de las circunstancias del choque de culturas que significó la conquista europea del Nuevo Mundo, pero, ciertamente, la información que nos proporcionan los textos, es decir, a través del sentido de la vista, es incompleta. Tenemos nosotros cuatro otros sentidos que podrían enriquecer dicha información, en particular, el sentido del olfato. Desafortunadamente, dicho sentido hace uso de componentes químicos que fácilmente se desvanecen a través del tiempo.
No siempre ocurre así, sin embargo. Este es el caso referido en un artículo aparecido esta semana en la revista “Journal of the American Chemical Society”, publicado por un grupo de investigadores encabezado por Emma Paolin, de la Universidad de Liubliana, en Eslovenia, quienes se propusieron estudiar el olor de nueve momias egipcias con antigüedades en el periodo que va desde 1500 a.C. hasta 500 d.C. y que se encuentran en el Museo Egipcio del Cairo. El propósito del estudio fue averiguar si a través del olor es posible determinar el método de momificación empleado, así como también el proceso a las que fueron sometidas posteriormente para su conservación en el museo.
Una característica interesante del estudio fue que no solamente se usaron técnicas sofisticadas de análisis químico, sino que también participaron ocho expertos en la identificación de olores que evaluaron el aire alrededor de las momias. Contra lo que lo legos en la materia hubiéramos esperado, el olor de las momias, aunque variado, es dulce, picante o amaderado, y en general “agradable”.
Así, nos transportamos miles de años hacia el pasado, no solamente mediante el sentido de la vista, sino también del olfato, y de este modo saber cómo olía Egipto hace tres milenios. En cuanto a Tenochtitlan, no tenemos la misma suerte, si bien con las crónicas de la época podemos echar a andar la imaginación.
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