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En el año 80 d.C. el emperador romano Tito inauguró el Coliseo Romano, y como parte de los juegos de inauguración, que duraron cien días, entre otros espectáculos se organizaron combates de gladiadores y “venationes”, en los que se cazaban animales salvajes. Sin bien no hay muchos testimonios de testigos de los eventos de inauguración, el historiador romano Dion Casio -que no fue testigo directo, pues no había todavía nacido cuando se inauguró el coliseo- afirma que 9,000 animales, domesticados y salvajes, perecieron durante las celebraciones. Otras fuentes mencionan el uso de leones, leopardos, tigres, osos, jabalíes entre otros animales.
Si bien la finalización de la construcción del coliseo fue un acontecimiento particularmente importante que podía explicar la magnificencia de los juegos de inauguración, los espectáculos de lucha de gladiadores y venationes eran parte de la vida romana. Y en este sentido cabe preguntarse cómo eran financiados dichos espectáculos, ya que entrenar y mantener gladiadores, o llevar hasta Roma leones desde el norte de África o tigres desde la india requería de grandes recursos. La respuesta, según los historiadores, es que dichos espectáculos eran pagados por políticos romanos durante sus campañas electorales, o bien por la familia imperial en las fiestas oficiales.
Por lo demás, los combates de gladiadores y venationes se daban a lo largo de todo el imperio romano. De hecho, según un artículo aparecido esta semana en la revista PLOS ONE, se daban incluso en Britania, en los confines del imperio. Dicho artículo fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Thimoty Thomson de Maynooth University, Irlanda.
En su artículo, Thomson y colaboradores descubren evidencia osteológica del combate entre un gladiador y un león en un cementerio romano situado al sur de la ciudad de York -llamada Eboracum por los romanos-, que fue fundada como una fortaleza para las legiones romanas hasta el siglo V. d.C. En dicho cementerio se han encontrado más de 80 enterramientos, que se remontan a un periodo entre los siglos I y IV d.C. Una característica de los restos humanos encontrados en el cementerio es una alta prevalencia de fracturas cráneo-faciales, fracturas en los dientes y fracturas en los huesos de la mano derecha, sanadas algunas pero otras sin sanar al momento de la muerte. Adicionalmente, en un 70 por ciento de los esqueletos se encuentran evidencias de decapitación.
De acuerdo con Thomson y colaboradores: “En general, la evidencia osteológica nos ofrece una imagen de hombres jóvenes o de mediana edad, originarios de todo el Imperio Romano, que participaban en actos de violencia repetitivos y sostenidos. La evidencia esquelética de trauma, junto con la excepcional demografía y las decapitaciones, concuerda con la muerte como consecuencia de la participación en una arena de combate”. Y si bien son cautos en su interpretación de lo que esto significa, asumen que: “…la evidencia de la ubicación del entierro y el cuidado recurrente del debido ritual funerario hacen tentador identificar el sitio como lugar de descanso de una familia gladiatoria (compañía de gladiadores), quizás incluso asociada a la legión, lo que proporcionaría la continuidad institucional a dicho grupo”.
Con esto último en mente, Thomson y colaboradores dirigieron su atención a un caso particular: el esqueleto marcado como 6DT19, perteneciente a un hombre joven entre 26 y 35 años, que muestra en la pelvis marcas profundas de mordeduras. Para identificar que tipo de animal las habría ocasionado, los investigadores tomaron imágenes tridimensionales de las lesiones y las compararon con las marcas que dejan las mordeduras de diferentes animales obtenidas de la literatura clínica. Concluyeron que las marcas del esqueleto 6DT19 fueron probablemente ocasionadas por un felino de gran tamaño, posiblemente un león.
Las heridas en la pelvis no son necesariamente mortales, y en este sentido Thomson y colaboradores comentan: “La ubicación únicamente en la pelvis sugiere que no fueron parte de un ataque en sí, sino más bien el resultado de una acción carroñera al momento de la muerte del gladiador. La decapitación de este individuo probablemente tuvo como fin aliviar su sufrimiento al borde de la muerte o cumplir con la práctica habitual”. Los resultados de Thomson y colaboradores constituyen la primera evidencia arqueológica de un combate entre un humano y un león en la antigua Roma.
De estar Thomson y colaboradores en lo cierto, tendríamos que aun en los confines del Imperio Romano se practicaban los combates entre gladiadores y animales salvajes. Con todo y el enorme costo que habría significado llevar un león del norte de África hasta la actual Inglaterra. Y en este sentido, es interesante echar un vistazo al “Mosaico de la gran caza” que decora el piso de un pasillo de la Villa romana de Casale en Sicilia, que puede ser encontrado en Internet. Dicho mosaico, de 66 metros de largo, muestra extensas escenas de caza y transporte de animales salvajes para la práctica en los anfiteatros romanos de un deporte en extremo peligroso.
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