El primer laboratorio científico de la historia

Creacionismo a la norteamericana



En 1859, hace 150 años, Carlos Darwin publicó su famoso libro “El origen de la especies”, y con esto desató una controversia que dura hasta nuestros días. Dicha controversia gira en buena medida en torno a la teoría de la evolución, -universalmente aceptada en el medio científico-, según la cual todas las especies animales evolucionaron a partir de un origen común, y por lo tanto están emparentadas en mayor o menor medida. Aplicada al Homo sapiens, la teoría de la evolución ha tenido un enorme poder de polarización y ha generado posiciones fuertemente encontradas e innumerables debates.

En los Estados Unidos la controversia se ha dado como un enfrentamiento entre “creacionistas” y “evolucionistas” y se ha centrado en la enseñanza de las ideas de Darwin en las escuelas públicas norteamericanas. Los creacionistas rechazan la idea de la evolución de las especies y sostienen que estas fueron originadas en un único acto de creación divina, o por un “diseño inteligente”, obra de un ente superior, como se sostiene en la actualidad.

La confrontación creación-evolución se inició en el año de 1925, cuando la legislatura del Estado de Tenesí aprobó lo que se conoce como la ley Butler. De acuerdo con esta ley, era ilegal enseñar en escuelas públicas del Estado “cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre tal como se enseña en la Biblia y enseñar en su lugar que el hombre desciende de animales de orden más bajo”. El lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik, por la Unión Soviética en el año de 1957, disparó señales de alarma sobre el bajo nivel que la enseñanza de las ciencias tenía en los Estados Unidos y el peligro que esto implicaba en el contexto de la Guerra Fría. En estas circunstancias, en el año de 1968 la Suprema Corte de Justicia norteamericana declaró inconstitucional la prohibición de enseñar las ideas evolucionistas en las aulas.

En los inicios de la década de los 80, coincidiendo con arribo de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos, los creacionistas reanudaron su embestida en contra de la enseñanza de la evolución en escuelas públicas. Debido a que no era ya posible intentar prohibirla, el movimiento creacionista buscó en su lugar establecer que a ambas posturas, creacionista y evolucionista, se les diera el mismo tratamiento. Como resultado, en el año de 1981 la legislatura de Louisana aprobó una ley en este sentido y lo mismo hicieron otros estados. En respuesta, en 1987 la Suprema Corte resolvió que el creacionismo no es una ciencia sino una religión y que por lo tanto, darle el mismo espacio que al evolucionismo en las escuelas públicas, violaba el principio de separación iglesia-estado.

Ante esta situación, el movimiento creacionista cambió de estrategia y evitó usar en sus iniciativas cualquier alusión al creacionismo y a Dios como creador. En vez de esto, originó el término “Diseño inteligente” como una alternativa a la evolución y se dio a la tarea de presentar a la teoría de la evolución como algo no definitivo y lleno de fallas, bajo el supuesto de que la imperfección de dicha teoría apoya de manera tácita las ideas creacionistas.

El último capítulo de la confrontación creación-evolución se dio esta última semana en Texas, cuando el consejo de educación estatal se reunió para decidir sobre el contenido de los libros de texto para los próximos 10 años. El punto a discutir fue si las “debilidades y fortalezas” de la teoría de la evolución deben enseñarse en las escuelas públicas. La controversia surgió debido a que los críticos del creacionismo consideran que esto constituye una vía para la introducción de las ideas creacionistas entre los alumnos. En una decisión dada a conocer el pasado 27 de marzo, el consejo de educación votó por no enseñar las debilidades de la teoría de la evolución, aunque estableció que los maestros deberán poner bajo escrutinio de los estudiantes todas las facetas de las teorías científicas. Esto último ha sido visto por los críticos del Diseño inteligente como un camino para la penetración de las ideas creacionistas en la educación.

Sorprende que en los Estados Unidos, que ha prosperado en no poca medida impulsado por su propio progreso científico y por la aplicación del mismo al desarrollo de tecnología de gran sofisticación, florezcan movimientos como el creacionista y de hecho subsistan dos universos paralelos. Por un lado, encontramos a un país con un impresionante sistema de universidades que se encuentran entre las mejores de mundo y que son líderes en investigación científica en un gran número de áreas. Por otro, y en marcado contraste, de acuerdo con encuestas realizadas por The Pew Forum on Religion and Public Life, 42% de los norteamericanos no cree en la evolución de las especies, contra el 48 % que sí lo hace. Aun más, dentro de este último grupo solamente un 54% cree en la evolución por selección natural tal como Darwin la propuso, mientras que el 38% considera que se produjo guiada por un poder supremo.

Dada la perseverancia de los grupos creacionistas y la enorme influencia de la cultura norteamericana en nuestro País, vale la pena estar atentos al desarrollo de la confrontación creación-evolución, a la que poca difusión se ha dado en México.

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