El primer laboratorio científico de la historia

Calidad de vida y consumo de energía



La Revolución Industrial, que tuvo su origen en las últimas décadas del siglo XVIII, marca el inicio de un periodo de grandes cambios y desarrollos tecnológicos que transformaron drásticamente al mundo. Un invento de la mayor relevancia, que jugó un papel central en la Revolución Industrial, fue la máquina de vapor de James Watt, la cual proporcionó la fuerza motriz necesaria para mecanizar la industria e incrementar su productividad. La máquina de vapor dio igualmente origen al buque de vapor y al ferrocarril, que revolucionaron la industria del transporte en la segunda mitad del siglo XIX. Ese siglo fue también testigo de la aparición del refrigerador, que resolvió el milenario problema de la conservación de los alimentos, y de la luz eléctrica que nos liberó de la oscuridad de la noche. El siglo XX, por su parte, nos trajo el motor de combustión interna que a su vez posibilitó el desarrollo de las industrias del automóvil y de la aviación, que nos dieron una movilidad sin precedente.

Ciertamente, las tecnologías desarrolladas en los dos últimos siglos han contribuido a elevar de manera notable nuestra calidad de vida. Se han eliminado o controlado, por ejemplo, un gran número de enfermedades infecciosas para las que antes no había cura y como resultado nuestra esperanza de vida al nacer es ahora el doble de lo que era hace cien años -debido fundamentalmente a un abatimiento de la mortalidad infantil-. Otra medida de nuestro bienestar es el tiempo que dedicamos a actividades recreativas, el cual ha aumentado de forma considerable al grado que la industria del entretenimiento -sin incluir a la televisión, el cine y los videojuegos- ocupa en la actualidad en los Estados Unidos alrededor de dos millones de personas. Ahora también viajamos mucho más, en algunos casos a lugares lejanos que antes nos tomaba semanas alcanzar y que ahora por avión están a menos de un día de viaje.

Nuestras facilidades actuales de transportación, de iluminación nocturna de espacios públicos y privados, de acondicionamiento climático de casas y edificios, así como el crecimiento económico acelerado que significó la producción industrial en masa, han tenido su costo en energía, cuyo consumo mundial ha crecido de manera continua desde el inicio de la revolución industrial. La relación bienestar-energía se hace patente por el hecho que una medida de la calidad de vida en un determinado país es precisamente su consumo de energía per cápita.

El incremento en la calidad de vida en los últimos dos siglos no ha sido, sin embargo, uniforme y existen grandes diferencias entre países. La mortalidad infantil en África, por poner un ejemplo, es unas 15 veces mayor que la correspondiente mortalidad infantil en la Unión Europea. De manera concurrente, el consumo de energía per cápita muestra también grandes contrastes. Así, el grupo de 36 países con mayor nivel de ingreso, que incluye a los Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón y a los países más ricos de la Unión Europea, tienen un consumo per cápita de energía que es diez veces más grande que el correspondiente consumo de los 37 países con menores ingresos, entre los que se incluyen un buen número de países africanos.

La energía que ha impulsado el desarrollo del mundo industrializado en los últimos dos siglos se ha obtenido en un porcentaje mayoritario -80% en la actualidad- de la combustión de carbón, petróleo y gas natural. Esta práctica ha incrementado considerablemente la concentración de bióxido de carbono en la atmósfera, ocasionado el bien conocido fenómeno de calentamiento global que amenaza con grandes desastres climáticos.

Para prevenir el desastre ecológico los países industrializados están planeando medidas para frenar las emisiones de gases de invernadero a mediano plazo. En el caso de los Estados Unidos, que es el segundo país -después de Canadá- con mayor índice de consumo de energía per cápita, y que produce más del 20 % de los gases de invernadero a nivel global, una reducción significativa podrá posiblemente llevarse a cabo sin sacrificar su nivel de vida. Esto resulta claro si consideramos que los países europeos más ricos tienen un nivel de vida comparable al de los Estados Unidos con la mitad de consumo per cápita de energía. Siguiendo el mismo razonamiento, los países europeos tendrán que hacer un esfuerzo mayor para hacer un uso eficiente de la energía sin comprometer su nivel de vida.

No es claro, por otro lado, cual será el curso de los países en desarrollo que no han alcanzado un nivel adecuado de consumo energético. Si en 200 años de desarrollo industrial -sin preocupación alguna por los gases de invernadero emitidos a la atmósfera en cantidades crecientes- no existieron mecanismos eficaces para lograr un crecimiento económico armónico que no produjera las contrastantes diferencias entre países que observamos en la actualidad, con las preocupaciones energéticas actuales la situación probablemente empeorará, y los países en desarrollo tendrán mayores restricciones para crecer económicamente. Esto no será el caso de China y la India que se convertirán sin duda en dos de las potencias económicas del siglo XXI, pero si lo será posiblemente de países que no cuenten con suficientes recursos científicos y tecnológicos propios para autodefinir su destino.

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