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Sin calificar a los métodos de la organización de referencia como científicos o no científicos -por desconocerlos-, sí podemos apuntar que el calificativo “científico” se emplea frecuentemente de manera bastante liberal. Por ejemplo, no es algo extraño toparnos con pruebas “científicas” de visitas de seres extraterrestres a nuestro planeta, o de dietas para adelgazar que se anuncian como probadas científicamente pero que no siempre pueden acreditarlo a cabalidad.
Por otro lado, el amplio uso que se da al término “ciencia” y a todos sus derivados, es un indicativo de la enorme importancia que la actividad científica y la tecnología que de la misma resulta han adquirido en la actualidad. El desarrollo científico del último siglo ha dado origen a un progreso sin precedentes, traducido, entre muchos otros aspectos, en un incremento notable en nuestro promedio de vida, en una potenciación de nuestras capacidades intelectuales a través de la red Internet de telecomunicaciones y en un desarrollo industrial y económico acelerado.
La ciencia, tal como la conocemos, tuvo sus inicios en la Europa de los siglos XVI y XVII, y en su momento constituyó una revolución intelectual de grandes dimensiones que se sobrepuso al pensamiento medieval europeo, influenciado fuertemente por las ideas aristotélicas. Una de las características más sobresalientes del método científico es su demanda de validar, mediante la experimentación, cualquier afirmación que se haga. Así, la aseveración de que todos los objetos sin importar su masa caen con la misma velocidad, no tuvo una validez científica sino hasta que se demostró mediante experimentos. Estos experimentos, se menciona frecuentemente, fueron llevados a cabo por Galileo Galiei arrojando objetos de diferente masa desde lo alto de la torre de Pisa y midiendo cuidadosamente el tiempo que tardaban en llegar al suelo. Hoy en día, se acepta ampliamente que, despreciando la resistencia del aire, todos lo objetos caen efectivamente a la misma velocidad sin importar su masa.
Al margen de su validez histórica, el episodio de Galileo Galilei y la torre de Pisa tiene un gran simbolismo, pues ataca directamente a los métodos de investigación de la naturaleza puestos en boga por Aristóteles, quién afirmaba que la velocidad que adquieren los objetos al caer es proporcional a su masa. El que Aristóteles daba poco crédito a la experimentación lo demuestra su afirmación de que las mujeres tienen menos dientes que los hombres. Como lo apuntaba el filósofo y matemático británico Bertrand Russell, Aristóteles hizo esta afirmación a pesar de haber tenido dos mujeres, no habiéndosele ocurrido contarle los dientes a ninguna de ellas.
Otra característica fundamental del método científico es el de la generalización; es decir, la obtención de leyes generales a partir de observaciones particulares. Así, Galileo Galilei pudo generalizar que todos los objetos caen a la misma velocidad, a pesar de que solamente hizo experimentos con algunos pocos de ellos y, por supuesto, no con todos los posibles. En este punto también hay discordancia con lo sostenido por Aristóteles, quién afirmaba que los objetos celestiales tienen una esencia diferente a la de los objetos terrestres y por lo tanto están sujetos a leyes físicas distintas. Así, cualquier ley física que pudiéramos descubrir para los objetos en la Tierra no sería válida para, por ejemplo, los planetas.
Una consecuencia natural de los resultados obtenidos empleando el método científico es la posibilidad de desarrollar tecnologías de gran sofisticación, más allá de la que es factible obtener mediante simples procedimientos de prueba y error. Una demostración de esta capacidad nos la proporcionan las asombrosas tecnologías actuales, desde la microelectrónica, la computación y las telecomunicaciones, hasta las modernas terapias genéticas y técnicas quirúrgicas para curar enfermedades. Ninguna de las tecnologías modernas hubiera sido posible sin el concurso del conocimiento científico.
Volviendo al punto con el que abrimos este artículo, para validar la afirmación de que los métodos propuestos para convertir a la selección nacional de fútbol en una triunfadora tienen una base científica, habría que poner bajo el escrutinio estricto de expertos en la materia el contenido del seminario de referencia, así como los resultados obtenidos con anterioridad con otros deportistas -los cuales, de hecho, se mencionan en las notas periodísticas-. Asumiendo que nuestros seleccionados tomasen el seminario, una prueba sólida de la validez científica del mismo sería que en el próximo campeonato mundial de fútbol, -en caso de calificar- nuestro País tuviera un desempeño fuera de lo común.
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San Luis Potosí
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