Hogar, dulce hogar

La cigarra y la hormiga



El año de 1980 Brasil no era un país petrolero. Su producción de petróleo en esa época era apenas de 182,000 barriles diarios. En comparación, México, un país más pequeño, produjo ese año casi dos millones de barriles por día. No es de extrañar, entonces, que Brasil sufriera de manera severa las crisis del petróleo de las décadas 70 y 80. La primera de estas crisis se dio a finales del año de 1973, cuando los países árabes decretaron un embargo petrolero a los Estados Unidos y a otros países industrializados, lo que provocó que se cuadruplicara el precio del petróleo en el curso de unos cuantos meses. Posteriormente, la revolución islámica en Irán en 1979, que en esos momentos era el segundo productor mundial de petróleo, produjo una segunda crisis que incrementó todavía más el precio del crudo.

Todo esto impactó considerablemente la economía de Brasil, que tuvo incluso que recurrir a préstamos en dólares para importar el petróleo que necesitaba para mantenerse funcionando. Como respuesta, y a fin de reducir su dependencia del petróleo importado, Brasil se dio a la tarea de desarrollar tecnologías para la producción masiva de alcohol etílico, o etanol, para ser usado como combustible en automóviles. La materia prima para la producción de etanol fue la caña de azúcar. El proyecto resultó muy exitoso y como resultado, Brasil es el país que en estos momentos tiene la tecnología más avanzada para la producción de alcohol etílico, así como la mayor experiencia en su uso, puro o mezclado con gasolina, en automóviles. Así, el 50 % del combustible que actualmente consumen los automóviles en Brasil es etanol.

Brasil no es el máximo productor mundial de etanol, lugar que le corresponde a los Estados Unidos, país que lo produce no de la caña de azúcar sino del maíz. Los brasileños son, sin embargo, considerablemente más eficientes que los norteamericanos en la producción de alcohol etílico. En efecto, Brasil tiene una productividad de etanol por área cultivada que es aproximadamente el doble de la de los Estados Unidos. Además, el área empleada por Brasil para la producción de alcohol etílico es aproximadamente el 1 % del total de su área cultivada, en contraste con los Estados Unidos que emplea casi el 4 %. Como resultado, el costo de producción del etanol brasileño es menor que el correspondiente costo del alcohol estadounidense; y lo más importante, Brasil no subsidia su producción mientras que los Estados Unidos sí lo hace.

Al margen de lo anterior, la experiencia brasileña resulta de gran relevancia en el contexto de la presente crisis ambiental -léase calentamiento global- debida al uso indiscriminado de los combustibles fósiles -petróleo, carbón y gas natural-. Esta crisis demanda la sustitución de los combustibles fósiles no renovables por versiones renovables. Los biocombustibles, obtenidos a partir de materia orgánica y de los cuales el etanol es un ejemplo, constituyen un grupo de energéticos renovables de la mayor importancia desde el punto de vista ambiental, pues son neutros desde el punto de vista de la emisión de carbono a la atmósfera. Es decir, la cantidad de bióxido de carbono que liberan al quemarse es -al menos en teoría- la misma que fue absorbida por las plantas que los sintetizaron.

No podríamos, por supuesto, esperar, que los biocombustibles supriman por completo la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera, pues para obtenerlos se requiere de procesos que emplean combustibles fósiles. Los brasileños han demostrado, sin embargo, que el uso de etanol en automóviles reduce en un 90% la cantidad de bióxido de carbono emitido a la atmósfera.

Entre los países latinoamericanos, Brasil es uno de los pocos que ha tomado serio a la ciencia y la tecnología como un factor de desarrollo económico. Esto nos lo demuestra el proyecto del etanol que, por otro lado, no es el único ejemplo que nos ofrece. México, en contraste, difícilmente hubiera tenido la capacidad para desarrollar un proyecto de esta envergadura y podemos sentirnos afortunados de que las sucesivas crisis del petróleo nos hayan afectado solamente de manera indirecta por ser un país petrolero. Teniendo México una historia y una cultura cercanas a las de Brasil, no existe ninguna justificación ni tampoco explicación para la gran diferencia en desarrollo científico y tecnológico que muestran hoy en día los dos países, excepto quizás por la poca consistencia que siempre ha caracterizado a nuestros gobiernos en cuanto al apoyo a la ciencia y la tecnología. En la actualidad, por ejemplo, México invierte en este respecto un porcentaje del producto interno bruto que el la mitad del brasileño.

Por cierto, Brasil ha multiplicado por diez su producción de petróleo en los últimos treinta años y es hoy en día el quinceavo productor mundial. México, por su parte, muestra un declive en su producción de crudo, la cual ha disminuido 20% en los últimos cinco años. Es como si México estuviera jugando el papel de la cigarra y Brasil el de la hormiga en la fábula en la que la cigarra muere de hambre y frío en invierno por su falta de previsión en los días de verano, mientras la hormiga está a buen abrigo y con suficiente comida. Esperemos que el apoyo a la ciencia y la tecnología en México alcance el nivel que merece en un futuro no muy lejano.

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