El primer laboratorio científico de la historia

Prever para el futuro



En el mes de octubre de 1973 los países árabes productores de petróleo decretaron un embargo petrolero a los Estados Unidos por su apoyo a Israel en la guerra del Yom Kippur. Este embargo provocó una crisis energética que cuadruplicó el precio del petróleo en unos cuantos meses y disparó señales de alarma en los países industrializados, que repentinamente dejaron de tener asegurado el flujo de petróleo del Golfo Pérsico que necesitaban para mantener funcionando sus economías. La situación fue alarmante no solamente para países no productores de petróleo, sino incluso para los Estados Unidos, que no obstante su gran nivel de producción de crudo, dependía del petróleo árabe en buena medida.

Como respuesta a la crisis energética, los gobiernos de países como los Estados Unidos, Alemania, Francia y Japón buscaron mitigar su dependencia con respecto al petróleo impulsando el desarrollo de fuentes alternas de energía. Así, por ejemplo, Francia privilegió la energía nuclear e incrementó por un factor de diez su capacidad nucleoelectrica, al grado que actualmente alrededor del 80 % de la electricidad consumida en ese país es de origen nuclear. Japón y Alemania también incrementaron substancialmente su capacidad nucleoeléctrica –aunque no al grado en el que lo hizo Francia– y en la actualidad alrededor del 30% de la energía eléctrica en esos países proviene de centrales nucleares.

Aunque la energía nuclear ha reducido la dependencia energética con respecto al petróleo del Medio Oriente, la producción del uranio necesario para las plantas nucleares está concentrada, al igual que el petróleo, en algunos pocos países, notablemente Canadá y Australia. Además, el combustible nuclear es no renovable y eventualmente escaseará y aumentará de precio. Como medio de lograr una independencia energética, la energía nuclear no parece ser entonces una opción viable al largo plazo.

En contraste con el petróleo y el uranio, algunas fuentes de energía renovable, –como el sol y el viento, por ejemplo– están más “democráticamente” distribuidas y constituyen una opción energética altamente atractiva. Algunos países han tomado muy en serio esta opción, notablemente Alemania y España, que generan hoy en día a partir de fuentes renovables del orden de un 10 % de la electricidad que consumen. En el caso de Alemania se prevé que en el año 2020 un 15 % de la electricidad generada provenga del viento y se habla incluso de la posibilidad de que para el año 2050 el país obtenga su energía totalmente de fuentes renovables. España, por su lado, está incrementando el uso de energías renovables a una velocidad todavía más grande que la de Alemania.

Aunque México sigue siendo un país petrolero de primer orden, después de alcanzar una producción máxima de poco menos de cuatro millones de barriles diarios en el año de 2004 nuestra producción de crudo ha declinando de manera constante y, peor aun, las reservas probadas apenas nos alcanzan para algunos 10 años a los niveles actuales de extracción. Pareciera ser entonces que podríamos perder nuestra condición de país petrolero en el futuro.

Por su posición geográfica y por su orografía, por otro lado, México cuenta con grandes recursos solares. Esto es sobre todo cierto en el norte del país. En particular, la región del altiplano de San Luís Potosí presenta condiciones de insolación solar por arriba del promedio nacional. Cada día inciden en el altiplano potosino por cada metro cuadrado de superficie aproximadamente 6 kilowatts-hora de energía. Esto es equivalente a, por ejemplo, la energía necesaria para mantener encendida día y noche una bomba de agua pequeña. En algunas regiones en el límite de nuestro estado con Zacatecas la radiación solar es incluso más alta.

La explotación de los recursos solares del país, sin embargo, requiere del desarrollo o la adaptación de tecnologías solares para lo que son necesarios ingenieros e investigadores que no estamos produciendo en número suficiente. Los expertos solares que necesitamos deben ser formados en nuestras universidades y éstas por lo general no cuentan con los recursos suficientes. En el contexto actual de crisis económica –debida en buena medida a la baja en las divisas que el país recibe por la venta de petróleo–, las universidades públicas incluso enfrentan reducciones presupuestarias. En materia de investigación y estudios de postgrado, el porcentaje del producto interno bruto que dedica el país a la ciencia y a la tecnología es inferior al 0.4 por ciento que, como reconoció el director del CONACYT en su reciente visita a San Luís Potosí, es incluso inferior al promedio latinoamericano.

Más tarde o más temprano el petróleo de México llegará a su fin. Cuando eso ocurra, y si no tomamos ahora providencias para sustituirlo como fuente de energía, nos lamentaremos no solamente por las divisas que no recibiremos por su exportación, sino por las que necesitaremos para importar la energía que no habremos de producir. Países sin petróleo como Alemania y España nos están mostrando el camino. Por los recortes anunciados en educación y apoyo a la ciencia y la tecnología, no pareciera, sin embargo, que estemos en la ruta correcta.

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