El primer laboratorio científico de la historia

Educando en México



Durante los casi dos siglos que han transcurrido desde nuestra independencia política de España, hemos visto como México ha padecido grandes dificultades para lograr un desarrollo social y económico suficiente, y se ha visto ampliamente superado en este respecto por otros países. Entre éstos se incluyen a los Estados Unidos que inició su expansión en el Siglo XIX –parcialmente a expensas de México–, y a Japón y Corea de Sur, que en la segunda mitad del Siglo XX tuvieron un crecimiento económico y tecnológico impresionante. Mientras que hay múltiples factores que han impedido que México haya dado el “salto” hacia delante, un sistema educativo insuficiente en todos los niveles, y en particular en el nivel superior, ha sido sin duda un elemento clave.

A lo largo del México independiente se han dado un buen número de iniciativas educativas, inspiradas en ejemplos de países desarrollados. Una de las más significativas es la ley que reglamentó la instrucción pública en el Distrito Federal y sus territorios promulgada por el gobierno de Benito Juárez en 1867, y que fue elaborada bajo la dirección de Gabino Barreda siguiendo las ideas positivistas de Augusto Comte. De dicha ley se derivó la creación de la Escuela Nacional Preparatoria, que mucha influencia tuvo en el desarrollo educativo de México.

No es suficiente, sin embargo, transplantar técnicas y métodos de enseñanza desarrollados en otras latitudes, sin adaptarlas al medio en el que se van a aplicar, pues los educandos no son los mismos en todas partes. En relación a esto, en un artículo reciente publicado por investigadores de la Universidad de Columbia Británica en Canadá (J. Henrich y colaboradores, “Behavioral and Brain Sciences”, 2010) se critican las generalizaciones que muchas veces se hacen sobre algunos aspectos psicológicos de la especie humana, y se arguye que muchos estudios al respecto se llevan a cabo con poblaciones de países industrializados que no siempre resultan representativos de la población en general. Apuntan, por ejemplo, que aspectos sobre razonamiento analítico y de cooperación entre individuos están influenciados por el entorno cultural.

Incluso aspectos relativos a la percepción visual están determinados por dicho entorno y no por los genes. Por ejemplo, es bien conocida la ilusión óptica que se produce cuando se dibujan dos líneas paralelas de la misma longitud, terminados en ambos lados por puntas de flecha. Una de las líneas se termina con flechas encontradas y la otra con flechas divergentes. A pesar de que las dos líneas tienen la misma longitud, aquella que se dibuja con flechas encontradas parece tener una longitud menor que la otra. Esta ilusión óptica, sin embargo, no es general, como apuntan Henrich y colaboradores y, por ejemplo, no la experimentan los miembros de la tribu San en el sur de África.

Podríamos quizá concluir entonces que las técnicas educativas deben diseñarse de manera específica a la sociedad en la cual van a ser aplicadas. En referencia a la educación superior en México, muchas veces y en ciertos campos del conocimiento se emplean textos elaborados en los países industrializados. Mientras que un porcentaje relativamente pequeño de estudiantes no tiene problema alguno para aprovechar dichos textos, no está claro que tan pertinentes son para el resto.

Tanto Japón como los Estados Unidos, dos de los países más poderosos económicamente, cuentan con un sistema exitoso de educación de nuevos investigadores y profesionales de alta capacitación acorde con su desarrollo económico. Ambos sistemas tienen características propias, adaptadas a la idiosincrasia de japoneses o estadounidenses según el caso. Es conocido, por ejemplo, que estos últimos tienen un individualismo extremo, mientras que los japoneses tienden a pensar más en función del grupo al que pertenecen. Así, durante su entrenamiento doctoral, la tendencia es que un estudiante norteamericano se enfrente y resuelva por si mismo el problema que le fue asignado como tesis. Un estudiante japonés, en contraste, tiende a recibir más ayuda de sus compañeros de grupo y por lo mismo avanza más rápido en su trabajo de tesis. Esto último, sin embargo, tiene un costo y es posible que en promedio el graduado norteamericano tienda a ser más creativo que su contraparte japonesa. Esto último posiblemente generó la noción prevaleciente hace algunas décadas de que los japoneses “no inventan sino sólo copian”. Cierto o falso, sin embargo, esto no fue un impedimento para que el Japón haya tenido el impresionante despegue tecnológico que tuvo en décadas pasadas.

En México, en contraste, no se ha logrado todavía establecer un “estilo” de cómo educar a un estudiante de posgrado. Los mexicanos no tenemos el individualismo de los norteamericanos ni somos tan gregarios como los japoneses. Nuestro estilo educativo debería ser entonces una combinación de las prácticas japonesa y norteamericana. La tradición nuestra en la formación de doctores, sin embargo, es todavía demasiado joven e incipiente para que tenga una personalidad definida.

Esperemos que no nos tome otros doscientos años en lograrlo.

Comentarios