El primer laboratorio científico de la historia

Exámenes y más exámenes



En las pruebas PISA que ha llevado a cabo la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE) en la última década, y que tienen como propósito evaluar el aprovechamiento académico de los estudiantes de la escuela secundaria –en las áreas de matemáticas, ciencias y lectura–, México ha ocupado el último lugar entre los países miembros de esta organización. Esto no es sorprendente si se toma en cuenta que la OCDE está formada mayormente por países desarrollados y que un sistema educativo deficiente es precisamente una característica de los países que no han alcanzado todavía esta categoría, como es el caso de nuestro país.

En el contexto anterior, resulta interesante el artículo publicado el pasado 14 de octubre en la revista “Science” por Mary Pyc y Katherine Rawson, investigadoras de la Universidad Estatal de Kent, en Ohio, Estados Unidos. En dicho artículo se reportan experimentos mediante los cuales se concluye que los exámenes, más allá de su papel como herramienta para evaluar el aprendizaje, constituyen en sí mismos un vehículo para facilitar la memorización. Los educandos deberían, entonces, recibir tantos exámenes como fuera posible –lo que probablemente no entusiasme demasiado a la mayor parte de los estudiantes de la escuela secundaria.

Los experimentos de Pyc y Rawson se centraron en el aprendizaje de la lengua africana swahili. Fueron llevados a cabo con 118 estudiantes de la Universidad Estatal de Kent a los que se les proporcionaron 48 pares de palabras inglés-swahili, cada par con un mismo significado, y las cuales se les pidió memorizaran. La hipótesis que guió el estudio fue que el proceso de memorización de una palabra en un idioma distinto al nativo es ayudado por una palabra mediadora en el idioma propio, la cual suena parecido a la palabra que se quiere traducir. Asumieron, además, que la efectividad del mediador se incrementa con los exámenes.

Para ilustrar el punto, Pyc y Rawson ponen como ejemplo el par de palabras “Wingu-Cloud”, que significan nube en ambos swahili e inglés. La palabra mediadora escogida por muchos participantes fue “wing”, que significa “ala” en inglés y que suena parecido a “wingu”. La asociación entre “wingu” y “cloud” vendría entonces del hecho de que los aviones tienen alas y vuelan entre nubes.

Al inicio del estudio, a los participantes se les pidió que encontraran un mediador para cada uno de los 48 pares de palabras que les fueron presentadas, después de lo cual fueron divididos en dos grupos de estudio que trabajaron a lo largo de una semana. Un primer grupo se dedicó simplemente a estudiar y memorizar las palabras en swahili, mientras que al otro, además del estudio de memorización, se le aplicaron una serie de exámenes a lo largo de la semana de trabajo. Para terminar, a todos se les aplicó un examen final.

Como resultado, los estudiantes del segundo grupo, que habían estudiado y además pasado por los exámenes intermedios, tuvieron un mejor desempeño que aquellos del primer grupo que se dedicaron solamente a estudiar. Así, cuando se les preguntó la traducción al inglés de una palabra en swahili de las 48 estudiadas, los del segundo grupo contestaron tres veces mejor que los del primero. Aquellos pudieron también recordar y emplear mejor los mediadores que habían escogido a lo largo de la semana de estudio, confirmando la hipótesis en el sentido que los exámenes intermedios mejoraron la efectividad de dichos mediadores.

La explicación que Pyc y Rawson dan a este hecho es en el sentido de que los exámenes intermedios proporcionaron a los estudiantes que los tomaron una oportunidad de discriminar a los mediadores que funcionaban de aquellos menos efectivos, teniendo de este modo mejores herramientas para el examen final.

Como siempre sucede en ciencia, no obstante, las conclusiones obtenidas de un cierto estudio no son ampliamente aceptadas hasta que no son confirmadas por otros investigadores, y en este sentido el resultado del estudio de Pyc y Dawson no sería la excepción. De lo que si hay mayor evidencia y aceptación, sin embargo, es que los exámenes, más allá de constituir la herramienta principal para evaluar a un estudiante, contribuyen por sí mismos al proceso de aprendizaje.

De este modo, una de las posibles vías para abandonar nuestro nada honroso, aunque explicable, último lugar en las pruebas PISA –aunque no necesariamente la más popular–, consistiría en mantener a nuestros estudiantes en una sucesión continua de exámenes.

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