El primer laboratorio científico de la historia

Problema de difícil solución



El pasado 11 de diciembre concluyó en Cancún, QR, la convención de la ONU sobre cambio climático. Esta convención siguió a la realizada a finales del pasado año en Copenhague, Dinamarca, la cual fue marcada por el poco entendimiento entre los países desarrollados y los países en desarrollo sobre los compromisos a establecer para combatir el cambio climático. En esta ocasión, dada la experiencia de Copenhague, no había grandes expectativas con respecto a los acuerdos que podrían alcanzarse y quizá por esto se considera que la conferencia tuvo éxito pese a sus modestos resultados.

De acuerdo con The New York Times, “El acuerdo fue limitado con respecto a los grandes cambios que los científicos dicen que son necesarios para evitar el peligroso cambio climático en las siguientes décadas. Pero establece las bases para medidas más enérgicas en el futuro, si las naciones son capaces de sobreponerse a los argumentos emocionales que han paralizado las negociaciones sobre el cambio climático en años recientes”. Por su parte, The Washington Post, señala que “Algunas de las cuestiones más espinosas tales como el futuro del Protocolo de Kyoto difícilmente fueron discutidas. La conferencia de Cancún fue más acerca de rescatar el complejo marco de negociación climática de la irrelevancia o incluso del colapso”. El principal resultado de la conferencia de Cancún fue entonces que no fue un caos y que hubo un mínimo de acuerdos.

El hecho, sin embargo, es que dichos acuerdos –que incluyen un fondo de 100,000 millones de dólares de ayuda para que los países en desarrollo combatan el cambio climático– no son obligatorios y por tanto nada asegura que finalmente se cumplan. Según BBC News, “el pacto es mucho menos que el acuerdo comprensivo que muchos países querían en la cumbre de Copenhague del año pasado y que continúan buscando. Deja abierta la pregunta de si sus medidas, incluyendo la reducción de emisiones, serán legalmente obligatorias”.

El calentamiento global, por supuesto, avanza independientemente de los desencuentros y discusiones entre países durante las cumbres climáticas. Según estadísticas de la NASA, en las tres últimas décadas la temperatura promedio de la Tierra se ha estado elevando a un ritmo de 0.2 grados centígrados cada diez años. Como resultado, la última década ha sido la más caliente desde 1880, fecha a partir de la cual se tienen registros de temperatura a escala global.

Si bien el calentamiento global es un hecho, las consecuencias que traerá a nuestro planeta en las décadas por venir tienen un cierto grado de incertidumbre. Esto es debido a lo complejo del ecosistema terrestre lo que dificulta las predicciones de los científicos del clima que no siempre se ponen de acuerdo. Como un ejemplo de esto, podemos mencionar el estudio publicado el pasado 10 de diciembre en la revista “Science” por el climatólogo Andrew Dessler de la Texas A&M University, sobre el efecto que tienen las nubes sobre el calentamiento global.

Las nubes, dependiendo de las circunstancias, pueden tanto elevar como disminuir la temperatura de la Tierra. En efecto, tenemos que éstas reflejan la luz del Sol que incide sobre nuestro planeta impidiendo que llegue a la superficie y contribuyendo así a disminuir su temperatura; pueden, no obstante, producir el efecto contrario, pues también reflejan el calor que es radiado por la superficie de la Tierra, el cual de otra manera se perdería en el espacio –podemos convencernos de este último fenómeno si consideramos que las noches claras tienden a ser frías, precisamente por la falta del escudo protector que proporcionan las nubes–. De este modo, dependiendo de cuál de los dos posibles efectos domine, las nubes pueden contribuir tanto positivamente como negativamente al calentamiento global.

Dessler en su artículo concluye que el calentamiento global modifica las nubes de tal manera que éstas generan más calentamiento, produciendo así una suerte de círculo vicioso en el que cada ciclo agrava el problema de cambio climático. Esta conclusión, sin embargo, es disputada por Roy Spencer de la Universidad de Alabama quien sostiene que las nubes no son una consecuencia del calentamiento global y que por tanto contribuyen negativamente al mismo al bloquear la radiación del Sol.

La controversia Dessler-Spencer tiene, además, otro ingrediente –que no tiene nada que ver con la ciencia del clima– pues este último acusa a la revista “Science” de haber publicado el artículo del primero durante la conferencia de Cancún a fin de influir en sus resultados, cosa que tanto la revista como Dessler niegan.

Este último aspecto ejemplifica las dificultades que han enfrentado las reuniones cumbre sobre el cambio climático. Estas dificultades, más que de tipo científico –que la ciencia en todo caso tiene métodos eficientes para resolver– son de naturaleza económica y política. Esto no es sorprendente si consideramos que la energía que mueve al mundo proviene en casi un 90% de fuentes fósiles de combustible y que un cambio drástico hacia fuentes de energía limpias tendría un elevado costo económico.

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