Multiplicidad de mundos



En un comunicado de prensa del pasado jueves, la NASA anunció el descubrimiento de 11 sistemas planetarios en nuestra galaxia que incluyen un total de 26 nuevos planetas, algunos con un tamaño similar al de la Tierra y otros de dimensiones gigantes comparables a las de Júpiter. Cada uno de los nuevos sistemas solares incluye de dos a cinco planetas, con periodos de traslación alrededor de sus respectivas estrellas de entre 6 y 143 días. Este descubrimiento fue realizado por la nave Kepler de la NASA, lanzada al espacio en marzo de 2009 en una órbita alrededor del Sol.

Según el sitio de Internet de la agencia espacial norteamericana, el propósito de la sonda Kepler fue el de encontrar planetas fuera de nuestro sistema solar con condiciones similares a las de la Tierra y que pudieran albergar vida tal como la conocemos. Para que esto suceda, un planeta debe estar dentro de la “zona de habitabilidad”, es decir, a una distancia tal de su estrella de modo que la temperatura en su superficie no resulte ni tan alta ni tan baja para que pueda existir agua en forma líquida, que sabemos es esencial para la vida.

La técnica de detección de planetas empleada por la sonda Kepler es en principio muy simple y se basa en la disminución del brillo aparente de una estrella cuando el planeta se interpone entre ésta y la Tierra. De este modo, la fluctuación periódica del brillo de una estrella será indicativo de la existencia de un planeta girando a su alrededor. Así mismo, el tiempo entre dos fluctuaciones de luminosidad corresponderá al año solar del planeta, mientras que la magnitud de dichas fluctuaciones será indicativa de su tamaño.

Descubrir un planeta empleando la técnica anterior podría quizá parecer simple. No es, por el contrario, de ninguna manera una tarea fácil por los cambios extremadamente pequeños en el brillo estelar que tienen que ser medidos. Éstos, además, dependen del tamaño del planeta en cuestión, de modo que un planeta pequeño es más difícil de detectar que uno más grande. Encima de todo esto, es necesario observar simultáneamente un gran número de estrellas para lograr descubrir una posible fluctuación de la luminosidad de solamente algunas pocas de ellas. Para este propósito, la sonda Kepler ha medido de manera repetida el brillo de cerca de 150,000 estrellas en una estrecha porción de la Vía Láctea. Hasta la fecha, ha confirmado la existencia de más de 60 planetas extrasolares, incluyendo los 26 anunciados esta semana.

Si descubrir un planeta orbitando una estrella lejana es una empresa difícil de llevar a cabo, averiguar si tiene condiciones similares a las de la Tierra resulta todavía más complicado. En este sentido, el pasado mes de diciembre la NASA anunció que, por primera vez, la sonda Kepler confirmó la existencia de un planeta de tamaño similar a la Tierra –2.4 veces más grande– dentro de la zona de habitabilidad de una estrella similar a nuestro sol.

No es claro, sin embargo, si dicho planeta es en realidad similar a la Tierra, pues no se sabe si es rocoso como nuestro planeta o gaseoso como los planetas gigantes de nuestro sistema solar. Adicionalmente, tenemos que aun dentro de la zona de habitabilidad un planeta puede tener condiciones climáticas radicalmente diferentes a las de la Tierra. Así, Venus y Marte, a pesar de ser planetas vecinos nuestros, sufren de un clima inhóspito en nada parecido al nuestro –con todo y el calentamiento global que sufrimos.

En efecto, Venus tiene una atmósfera extremadamente densa de dióxido de carbono y el efecto invernadero que ésta genera mantiene de manera permanente la temperatura en la superficie del planeta por arriba de los 400 grados centígrados. Marte, en contraste, es frío y tiene una atmósfera muy tenue –también de dióxido de carbono– que no logra amortiguar las variaciones de temperatura entre el día y la noche que pueden alcanzar los 100 grados centígrados.

Con seguridad en los meses y años por venir sabremos de la existencia de un número cada vez más grande de planetas extrasolares dentro de la zona de habitabilidad de sus respectivas estrellas –a través de la sonda Kepler y por otros medios–. Tendremos, así mismo, evidencia de que algunos de estos planetas se parecen al nuestro en cuanto a condiciones climáticas y bien podrían ser asiento de vida avanzada similar a la terrestre. Por el contrario, el que lleguemos a tener evidencias directas de esto último posiblemente sea mucho más improbable.

Así, por lo pronto y al igual que en los tiempos de Giordano Bruno –que en el año 1600 fue condenado por la inquisición romana y ejecutado en la hoguera por creer en la existencia de otros mundos similares a la Tierra– no nos queda sino especular sobre la existencia de vida inteligente en otras partes del Universo.

Con la ventaja, no obstante, de no resultar tan peligroso como hace 400 años.

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