El primer laboratorio científico de la historia

Chismes y cohesión social



De cuando en vez nos enteramos de celebridades –artistas de cine o cantantes, por ejemplo– que aumentan su fama por haber sido encarceladas por manejar ebrias o por haber cometido delitos, en ocasiones graves. Se da incluso el caso de personas famosas que no tienen más habilidad que la de provocar alborotos y de vivir de los rumores y chismes que generan. Para algunas celebridades, la generación de escándalos se ha convertido ciertamente en un negocio lucrativo.

Este fenómeno –que no es nuevo, por lo demás– ilustra la fascinación que sentimos por los rumores y por el chismorreo, actividad esta última que, convendríamos, es practicada de manera muy extendida y entusiasta.

Una afición tan común, no hay duda, debería tener una explicación científica en términos de nuestra evolución social. Se pronuncia al respecto un artículo reciente publicado en el número del 19 de mayo pasado en la revista “Science” por un grupo de investigadores de varias universidades norteamericanas, encabezados por Eric Anderson de la Northeastern University, Boston, Massachusetts. En dicho artículo se describen experimentos llevados a cabo a fin de averiguar como la mala fama de un individuo influye en la visibilidad que alcanza.

En las pruebas participaron un total de 66 personas a las que les mostraron imágenes de caras neutras –sin expresión–, asociando a cada cara mostrada –a la manera de un rumor o chisme– un comportamiento social específico. Este comportamiento podía ser negativo –por ejemplo, “le arrojó una silla a un compañero de clase” – o positivo –“ayudó a una señora anciana con sus bolsas de mandado”–. El comportamiento asociado a las imágenes podía ser también socialmente neutro. A los participantes les fueron igualmente mostradas caras sin expresión que no fueron asociadas a algún tipo de comportamiento.

Los experimentos fueron llevados a cabo empleando una técnica en la cual al participante se le presentan simultáneamente dos imágenes diferentes. Dichas imágenes se colocan de modo que cada ojo vea solamente una de ellas –el ojo izquierdo la imagen izquierda y el ojo derecho la imagen derecha–. Por un proceso que no es posible controlar de manera consciente –denominado “rivalidad binocular”–, el cerebro fija su atención en sólo una de las imágenes suprimiendo la otra. Esto lo hace alternando uno y otro ojo. El tiempo que el cerebro fija su atención en una de las imágenes es una medida de la importancia que le brinda a la misma.

Como resultado se encontró que los participantes dedicaron más tiempo a ver las imágenes con una connotación negativa en comparación con aquellas asociadas a un comportamiento neutral o incluso positivo. De manera similar, el cerebro mostró preferencias por los “mal comportados” por encima de aquellos acerca de los cuales no había información sobre sus cualidades morales. Así, un mal comportamiento ayudó a tener una mayor notoriedad.

De acuerdo con Anderson y colaboradores, el chismorreo –positivo o negativo– cumple el propósito de proporcionar información acerca de una persona sin necesidad de interactuar directamente con ella, lo que nos permite vivir en grupos grandes de personas. Esta información es importante en el momento de evaluar la conveniencia de entablar una determinada amistad; o bien, si fuera el caso, de encender luces rojas y evitar a la persona en cuestión.

En este contexto, se podría quizá esperar que una información positiva acerca de una persona fuera tan importante como una negativa. De hecho, sin embargo, los chismes personales negativos son más frecuentes que los positivos, lo que indicaría que en nuestra evolución social ha sido más importante cuidarnos las espaldas que entablar amistades. En palabras del artículo de referencia “Es fácil imaginar que una selección preferente para percibir a las personas malas nos puede proteger de embusteros y tramposos, permitiéndonos que los tengamos más tiempo bajo observación y obtener así una mayor información acerca de su comportamiento”.

El chismorreo es una actividad que, pese a su amplia difusión, no goza de prestigio social –aunque a algunos profesionales del mismo les represente un buen negocio–. De acuerdo a los expertos, sin embargo, el chismorreo juega un papel importante proporcionando cohesión social.

Reconocer esto último posiblemente nos ayude a reducir cargos de conciencia si en algún momento llegamos a sorprendernos “cohesionando” nuestra sociedad.

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