El primer laboratorio científico de la historia

Loros parlantes



El novelista japonés Soseki Natsume publicó en 1905 la novela “Yo soy un gato”, en la que el protagonista, un gato que gozaba de poco aprecio entre los humanos –aun de parte de su amo, al grado de que ni nombre le había dado–, describe sus vivencias en la sociedad japonesa cien años atrás. Los gatos, no obstante y como bien sabemos, no tienen la habilidad de hablar –y mucho menos la de escribir–, de modo que el gato de la novela no es otra cosa que un recurso del autor para exponer su visión del Japón de la época.

Entre los animales que sabemos sí pueden hablar –aunque no escribir– contamos a los loros o pericos, que en cautiverio pueden imitar notablemente bien la voz humana. En realidad, los pericos posiblemente puedan hacer más que eso, como lo demostró Alex, un loro gris africano, el cual fue entrenado por la sicóloga Irene Peperberg de la Universidad Harvard a lo largo de 30 años, hasta la muerte del ave por causas naturales en 2007. Alex tenía un vocabulario de 150 palabras en inglés, podía contar hasta seis y clasificar objetos por color y forma. Era capaz, además combinar correctamente palabras, lo que implica una forma primitiva de sintaxis

En un artículo recientemente publicado en la revista “Science” por un grupo de investigadores encabezado por Karl Berg de la Universidad Cornell en los Estados Unidos, se presentaron nuevas evidencias acerca de las capacidades comunicativas de los loros. De manera específica, en dicho artículo se describen los resultados de un estudio llevado a cabo en Venezuela con loros verdes en estado salvaje, mediante el cual se descubrió que los padres dan nombres a cada de sus crías cuando están todavía en el nido con el fin de identificarlas. Los polluelos aprenden su nombre por imitación, de manera similar a como lo hacen los niños pequeños.

No esperaríamos, por supuesto, que los nombres que reciben las crías fueran algo así como Juan o Pedro. Lejos de esto, los padres proporcionan a los polluelos un patrón de sonidos emitidos a gran velocidad, el cual es ligeramente modificado por cada uno de ellos. Este sonido los identificará posteriormente, incluso después de dejar el nido, el cual visitan todavía por algún tiempo para ser alimentados.

Con el objeto de averiguar si el nombre adquirido por cada cría era innato o aprendido de los padres, los investigadores intercambiaron huevos entre nidos en algunos casos, encontrando que los polluelos efectivamente adquirían su nombre por imitación de los padres y no por su herencia genética.

De acuerdo con Berg y colaboradores, los loros podrían ayudar a desentrañar el origen del habla humana, asunto en el que los expertos no se ponen todavía de acuerdo. Entre las dificultades que enfrentan se señala, por ejemplo, que mientras que la paleontología cuenta con restos fósiles para interpretar el pasado de la vida en la Tierra, no existen los correspondientes “fósiles lingüísticos” que ayuden a explicar el origen del lenguaje. La investigación de los loros y su capacidad de imitar voces –lo mismo que el estudio de los ruiseñores y otras aves canoras que aprenden a cantar por imitación– podría ser de gran utilidad para explicar el proceso mediante el cual adquirimos nuestra capacidad de hablar.

Sabemos que otros animales aparte de los loros son capaces de establecer comunicación entre sí: los grandes simios empleando gritos y gestos y los delfines emitiendo sonidos, por ejemplo. Es conocido también que gatos y perros entienden cuando son llamados por su nombre. No obstante, resulta interesante que ningún mamífero muestre facilidad para el habla, a pesar de estar evolutivamente cercanos a nosotros; en particular los grandes simios, de los que estamos separados por apenas unos seis millones de años, están muy lejos de nuestras capacidades en este sentido. Los loros, en contraste, de los que nos separan 300 millones de años de evolución, si tienen la capacidad de aprender sonidos. Aun más, sabemos ahora que no solamente lo pueden hacer en cautiverio, sino que regularmente lo hacen en estado salvaje.

A la luz de los nuevos descubrimientos científicos y dado que los gatos podrían estar quedándose atrás en cuanto a habilidades de comunicación, si Soseki Natsume reviviera podríamos quizá sugerirle que reescribiera su novela y le pusiera por título “Soy un perico”. Con esto posiblemente estaría más a la altura de los tiempos.

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