Contando días



Una manera común de clasificar los hechos históricos es mediante el año en que tuvieron lugar. Así, al final de cada año es costumbre hacer un recuento de los acontecimientos más significativos ocurridos a lo largo del mismo.

Clasificar a los hechos históricos por año es sin duda conveniente. Es, sin embargo, al mismo tiempo arbitrario, pues depende del calendario particular que usemos. En este respecto, el calendario más ampliamente empleado en la actualidad es el gregoriano, vigente desde finales del Siglo XVI, y que reemplazó al calendario juliano implantado en Roma hace 2 milenios.

Para nosotros la unidad básica de medida del tiempo es el día, o sea el periodo medio que transcurre entre dos pasos del Sol por el mismo punto en el firmamento. Aparte del día, hay otros periodos de tiempo que nos son significativos: el periodo de rotación de la Tierra alrededor del Sol –que determina las estaciones de año y que es fundamental para, por ejemplo, la agricultura– y el periodo de las fases de la Luna. Consecuente con esto, los calendarios que se han inventado han tomado en cuenta ya sea al periodo lunar, al periodo solar, o bien a ambos.

Se tienen, sin embargo, algunos problemas para elaborar un calendario solar o lunar. Éstos tienen que ver con el hecho de que tanto el periodo de traslación de la Tierra alrededor del Sol, como el periodo de las fases de la Luna, no constan de un número exacto de días. En efecto, tenemos que la Tierra tarda en girar alrededor del Sol un poco más de 365 días, mientras que dos fases iguales de la Luna distan entre sí poco más de 29 días.

El calendario juliano está basado en el ciclo solar y asume que una vuelta al Sol le toma a la Tierra exactamente 365.25 días. De este modo, considerando 365 días por año se produce un adelanto anual por un cuarto de día que el calendario juliano compensa introduciendo un año de 366 días –año bisiesto– cada cuatro años. No obstante, se producen errores, pues el periodo de traslación de la Tierra alrededor del Sol no es 365.25 días sino un poco menos. La diferencia es de unos 11 minutos, los cuales se acumulan año con año y llevan a un retraso entre las fechas indicadas por dicho calendario y los eventos astronómicos que le sirvieron inicialmente de referencia.

En particular, el Domingo de Pascua –regido por una combinación de los ciclos lunar y solar– fue fijado por el Concilio de Nicea del año 325 d.c. como el primer domingo después de la primera luna llena de primavera. Al final del Siglo XVI, sin embargo, el inicio de la primavera tal como lo indicaba el calendario juliano se había retrasado cerca de 10 días con respecto a su fecha astronómica real.

Para corregir este desfase de fechas, el papa Gregorio XIII instauró en 1582 el calendario gregoriano. Este calendario, que rige hasta nuestros días, le suprimió diez días al mes de octubre de 1582. Suprimió, además, los años bisiestos múltiplos de 100 –como lo son 1700 y 1900– con la excepción de aquellos múltiplos de 400 –como lo fue el año 2,000–. No obstante, aunque mejoró sustancialmente a su predecesor, el calendario gregoriano no es perfecto, y acumula un error de 26 segundos por año.

Una inconveniencia más significativa que el retraso anual de casi medio minuto –y que el calendario gregoriano comparte con su inmediato antecesor– es que el día de la semana que corresponde a una fecha determinada cambia año con año. En relación a esto, dos investigadores de la universidad norteamericana Johns Hopkins, en Baltimore, Maryland, proponen un nuevo calendario que solucionaría este problema, es decir, que fijaría un día de la semana para cada fecha particular.

El calendario propuesto comprende doce meses divididos en 4 trimestres. Cada uno de estos trimestres está formado por dos meses de 30 días y un mes de 31 días para un total de 91 días. El año consta así de 364 días, lo que lo hace más corto que el año gregoriano por uno o dos días, según se trate de un año normal o uno bisiesto. Para compensar, cada cuatro o cinco años se añade una semana al final del año.

Con este esquema a cada día de cada año le corresponderá efectivamente un mismo día de la semana. Esto será en particular cierto para las festividades que tienen una fecha determinada. No lo será, sin embargo, para aquellos días festivos móviles, como el Domingo de Pascua, que depende del ciclo lunar y que seguiría flotando.

Según sus autores, el nuevo calendario simplificaría mucho la planeación de actividades anuales que ahora tiene que ser hecha siguiendo el calendario particular de cada año. Consideran, asimismo, que tendría grandes ventajas en operaciones financieras que requieran de contar días; por ejemplo, el cálculo del interés que se aplicaría a un determinado préstamo.

Pensando en nuestro país nos preguntamos si con este nuevo calendario podríamos fijar de una manera racional –y de una vez por todas– el día de la semana en que ocurran nuestros días festivos –moviéndolos de fecha en caso necesario– y evitar de esta manera la proliferación de “puentes” que nos gusta establecer a la menor provocación.

Para encontrar una respuesta a esta pregunta sería necesario primeramente que se adopte el nuevo calendario, lo que, sin embargo, no es claro que vaya a ocurrir.

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