El primer laboratorio científico de la historia

Un golpe solar



Algo inusual sucedió en nuestro planeta hace unos 1,200 años; para ser más precisos, en algún momento durante los años 774-775 d.C. A esta conclusión llegó un grupo de científicos japoneses de la Universidad de Nagoya, encabezados por Fusa Miyake, después de estudiar los anillos del tronco de dos cedros existentes en la isla Yaku en el sur de Japón.

Es conocido que los cedros que viven en esta isla son extremadamente longevos. Un caso extremo en este sentido es el llamado Cedro Jomon –con una altura de 25 metros y una circunferencia de 16 metros–, que se estima podría tener una antigüedad de hasta 7,200 años. Los anillos de los árboles se forman debido a que a lo largo del año cambia su velocidad de crecimiento, sobre todo en los climas templados en donde hay mayor variación climática entre estaciones. Así, en la primavera el crecimiento es más rápido y la madera resultante menos densa, en contraste con los meses posteriores en los que el crecimiento es más lento y la madera más densa. De este modo, en condiciones normales cada anillo corresponde a un año y su número nos indica la edad del árbol.

La sucesión de anillos de un árbol, cuyos grosores varían año con año, nos dan adicionalmente información acerca de las condiciones ambientales en las que creció. Así, un mayor espesor nos indica un año favorable con una alta velocidad de crecimiento, mientras que un espesor menor nos habla de las condiciones adversas por las que pasó ese año el árbol.

Los anillos de los árboles nos pueden también proporcionar otro tipo de información. En efecto, estudiando los cedros de la isla Yaku, Miyake y colaboradores encontraron que los anillos correspondientes a los años 774-775 d.C. muestran un incremento de 1.2% en su concentración de carbono 14. El carbono 14 es tomado por las plantas de la atmósfera e incorporado a su tejido orgánico –juntamente con el carbono 12, más común– mediante el proceso de fotosíntesis. El incremento de este elemento en anillos correspondientes a años específicos, es entonces una indicación de una elevación de la concentración de carbono 14 en la atmósfera en esos mismos años.

¿Qué provocó este incremento? Los especialistas saben que el carbono 14 en la atmósfera tiene su origen en la interacción de dicha atmósfera con los rayos cósmicos y otras radiaciones de alta energía que llegan a nuestro planeta. La elevación en la concentración de carbono 14 en la atmósfera ocurrida en 774-775 d.C. fue entonces debida a un incremento en la intensidad de las radiaciones provenientes del espacio exterior.

A su vez, estas radiaciones se originan durante la explosión de una estrella o bien en una llamarada solar. Miyake y colaboradores descartaron la primera posibilidad, ya que no existen registros históricos de que haya sido observado un evento de este tipo que tendría que haber sido claramente visible.

Los investigadores japoneses tampoco consideraron que lo ocurrido en 774-775 d.C. se hubiera originado en una llamarada solar, pues ésta tendría que haber sido demasiado grande y debería haber provocado problemas mayores a la Tierra –incluyendo una reducción sustancial en el nivel de ozono en la atmósfera y la consecuente exposición de las especies vivientes a altos niveles de radiación ultravioleta– lo cual no ocurrió. Así, Miyake y colaboradores no encontraron una explicación que los satisficiera y dejaron el asunto como un misterio en busca de una explicación.

En un artículo publicado en línea esta semana en la revista “Geophysical Research Letters” por investigadores de la Universidad Washburn y la Universidad de Kansas en los Estados Unidos, se arguye que los cálculos de Miyake y colaboradores están errados y que no son necesarios niveles de radiación espacial tan grandes como los que habían supuesto estos investigadores para provocar el evento de hace doce siglos. Concluyen que el Sol es el principal sospechoso de haberlo provocado.

En una época tan remota, estaba lejana la fecha en que se desarrollaron tecnologías tales como la de las telecomunicaciones y la de generación de energía eléctrica. En este respecto, Carlomagno se evitó preocupaciones, pues de haberlas conocido con seguridad las habría empleado en sus guerras de conquista. Así, habría sufrido grandes contratiempos en el momento en que llegó el golpe de radiación extraterrestre, pues tanto las telecomunicaciones como las redes de distribución de energía eléctrica son grandemente afectadas por las tormentas solares. En relación a esto, habría que recordar que una tormenta solar en marzo de 1989 dejó a Quebec sin energía eléctrica por nueve horas.

El golpe solar de 774-775 d.C. ciertamente no afectó instalaciones eléctricas, pues estas aun no existían. En contraste, un golpe de intensidad equivalente en la actualidad tendría con seguridad muchas mayores consecuencias.

Así, si bien la tormenta solar de 774-775 d.C. no fue catastrófica ni para Carlomagno ni posiblemente para sus contemporáneos, el episodio nos recuerda las amenazas provenientes del espacio exterior a las que estamos expuestos de manera permanente.

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