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Los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzaron el pasado 9 de mayo una cifra récord. En efecto, de acuerdo con la “National Oceanic and Atmospheric Administration” (NOAA) de los Estados Unidos, en esa fecha el observatorio de Mauna Loa, Hawai, midió por primera vez una concentración promedio de CO2 de 400 partes por millón.

Esto en principio no es sorprendente, pues la concentración de CO2 en la atmósfera ha cambiado a lo largo del tiempo de manera natural, algunas veces subiendo y otras bajando. La cifra medida el 9 de mayo, no obstante, es de llamar la atención, pues una concentración tan alta no se había producido en los últimos dos millones de años.

El observatorio de Mauna Loa ha llevado récord de la concentración de CO2 en la atmósfera de manera continua desde el año 1958. Este récord puede ser consultado en la página web de la NOAA y muestra que la concentración de CO2 medida en Mauna Loa –al igual que en otros lugares del mundo– presenta pequeñas oscilaciones anuales, con mínimos en mayo y máximos en octubre. Los mínimos son debidos a que durante la primavera boreal las plantas remueven el CO2 de la atmósfera para usarlo en la fotosíntesis. Los máximos, a su vez, son el resultado de que las plantas regresan CO2 a la atmósfera en los meses con menos luz solar.

Esto fue descubierto por David Keeling en la década de los años cincuenta, cuando trabajaba para la Institución Scripps de Oceanografía de La Jolla, California. La observación por vez primera de la interacción de las plantas con la atmósfera a nivel global hubiera sido suficiente para dar a Keeling notoriedad científica. Descubrió, no obstante, algo más y de mucha mayor transcendencia: encontró que las oscilaciones estacionales de la concentración de CO2 en la atmósfera están montadas en una curva ascendente que indica que dicha concentración está aumentando de manera paulatina.

Las mediciones que inició Keeling en 1958 se han continuado de manera ininterrumpida hasta la época actual y confirman claramente esta tendencia, misma que, además, se está acusando con los años. En 1958 Keeling midió una concentración de CO2 de 315 partes por millón. Hoy ha rebasado la barrera de los 400 puntos, lo que representa un incremento de 27 por ciento. Con respecto a los niveles preindustriales en el siglo XIX, el incremento ha sido de 43 por ciento.

Podría quizá pensarse que, si bien estos porcentajes son significativos, no tendrían en realidad demasiada importancia pues –aun hoy en día– la concentración de CO2 en la atmósfera es muy pequeña –400 partes por millón representa una concentración de apenas 0.04 por ciento–. Lejos de esto, entre los científicos existe el consenso que aun esta diminutas cantidades de CO2 están generando el calentamiento global que amenaza con un cambio climático global de grandes consecuencias.

En relación a este último punto, un grupo internacional de científicos encabezados por Julia Birgham-Grette de la Universidad de Massachusetts llevó a cabo en el año 2009 una expedición al lago El´gygytgyn, en el noreste de Siberia a 100 kilómetros al norte del círculo polar ártico, con el propósito de investigar el clima ártico desde el tiempo de formación de dicho lago. Esto último ocurrió hace más de tres y medio millones de años por el impacto de un meteorito. Para este propósito, los investigadores extrajeron muestras del fondo del lago a varias profundidades, correspondientes a diferentes épocas geológicas.

Los resultados de la investigación fueron publicados esta semana en la revista “Science”. Brigham-Grette y colaboradores encontraron que hace 3.5 millones de años los veranos en la región de lago El´gygytgyn eran unos 8 grados más cálidos que en la actualidad. Encontraron, además, que en esa época el ártico estaba libre de hielos y los bosques boreales se extendían hasta las orillas del Océano Ártico. Todo esto con una concentración estimada de CO2 en la atmósfera de unas 400 partes por millón, similar a la que se midió el pasado 9 de mayo.

Aunque con periodos de enfriamiento, las temperaturas en el ártico permanecieron más elevadas que las actuales hasta hace unos 2.2 millones de años. A partir de este punto el mundo se empezó a enfriar y a derivar hacia la edad del hielo, y eventualmente a la época actual más cálida.

Según Brigham-Grette y colaboradores, las evidencias muestran que el clima ártico mostró una gran sensibilidad a la concentración de CO2, más grande que la que se asume en los modelos actuales para predecir la evolución del clima por efecto de los gases de invernadero; predicciones que sabemos mantienen preocupados a los especialistas. De estar Brigham-Grette y colaboradores en lo cierto, el mundo enfrentará en el futuro grandes cambios climáticos por la emisión descontrolada de gases de invernadero a la atmósfera.

Aunque ciertamente ya no nos tocaría ser testigos de los bosques de coníferas que se extenderían hasta orillas del Océano Ártico. Ni de las ciudades que ahí pudieran construirse. Ni tampoco de los turistas que hasta ahí llegarían en plan de veraneo.

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