El primer laboratorio científico de la historia

Los detalles del diablo



La portada del último número del semanario británico “The Economist” está dedicado a la Ciencia. Podríamos pensar que la Ciencia merece el honor de aparecer en las portadas de todo tipo de revistas, dado lo mucho que le debemos por el impacto tan grande que ha tenido en nuestras vidas en los últimos dos siglos. En esta ocasión, sin embargo, los comentarios de “The Economist” no fueron del todo halagadores, al llenar su portada con la frase “De qué manera se tuerce la ciencia”, en la que hace alusión a algunos problemas que aquejan a la práctica científica, propios de la época en que nos tocó vivir.

“The Economist” no es una revista científica. No es tampoco una publicación que se dedique a la divulgación de la ciencia. De acuerdo con Wikipedia, “The Economist” “es una publicación de filosofía liberal en lo económico y en lo político, que trata temas de política, relaciones internacionales, negocios, finanzas, tecnología y ciencia”. Para una revista con estos intereses, no es difícil entender que la ciencia le resulte importante como origen último de la tecnología moderna, la cual a su vez es un elemento esencial de la economía de los países desarrollados.

Como sabemos, el método científico es un invento relativamente reciente. Su origen no va más allá de unos cuatro siglos, siendo Galileo Galilei –en los primeros tiempos– una de sus figuras principales. Las ideas centrales del método científico son muy simples, a la vez que poderosas; de hecho, lo son a tal grado que en cierto modo resulta sorprendente que no hayan sido descubiertas sino hasta fechas tan tardías en la historia de la humanidad.

De acuerdo con el método científico, la vía para descubrir las leyes que rigen al mundo es la experimentación. Esto, que hoy nos parece obvio no lo era en tiempos pasados. Así, Aristóteles afirmaba que las hembras –incluidas las de la especie humana– por su supuesta inferioridad tenían menos dientes que los machos. Ciertamente, podía Aristóteles haber salido fácilmente de su error mediante el simple experimento de contarle los dientes a su esposa.

Hay que notar, no obstante, que los experimentos están sujetos a errores de diversas clases, lo mismo que a los prejuicios del experimentador. De este modo, para que el resultado de un experimento particular adquiera validez científica debe ser reproducido por otros investigadores de manera independiente. Esto constituye una característica esencial del método científico.

De aquí se desprende una segunda característica de la ciencia: sus resultados y verdades nunca son definitivas, sino que están sujetas ser refutadas por nuevos experimentos. Así, cualquier resultado falso, producto de errores cometidos durante la experimentación –o bien producto de los prejuicios del experimentador– sería desechado tarde o temprano de manera inevitable. De este modo, la ciencia avanzaría de manera lineal hacia la perfección y comprensión del mundo que nos rodea.

Sin embargo, este proceso de auto-purificación –por medio del cual la ciencia corrige de manera sistemática sus propios errores– no está libre de obstáculos. En efecto, aunque dicho proceso luce ciertamente sencillo y sólido, como en muchas otras situaciones de la vida encontramos que el diablo está en sus detalles. Esto motivó la portada de “The Economist” y los artículos relacionados que aparecieron en su interior.

Una característica de la Ciencia en la actualidad es la enorme expansión que ha tenido, tanto en el número de investigadores practicantes como en el número de artículos de investigación publicados. Al mismo tiempo, se ha consolidado la carrera de investigador científico y se ha generado una intensa competencia por los puestos de trabajo disponibles. El costo de la investigación científica, por otro lado, es muy alto y el investigador tiene que buscar apoyos para llevar a cabo sus proyectos. Esto ha generado igualmente una intensa competencia por los fondos de investigación disponibles.

Como resultado de todo esto, el investigador está bajo una gran presión para publicar tantos artículos técnicos como le sea posible, lo que ha llevado, en algunos casos, a la publicación apresurada de resultados. Tan apresurada que un porcentaje alto de los mismos no han podido ser confirmados. “The Economist”, por ejemplo, cita el caso de 63 estudios de gran relevancia en el campo de la investigación sobre el cáncer de los cuales solamente 6 pudieron ser reproducidos.

De la misma manera, el número de artículos publicados y el número de revistas científicas han crecido tanto que se ha dificultado la revisión por pares de los artículos sometidos para publicación –que es uno de los pilares de la investigación científica– y como resultado se ha incrementado la probabilidad de que algunos de los artículos publicados contengan errores.

Estos últimos, por supuesto, serán virtualmente eliminados de la literatura científica al no pasar la prueba de la reproducibilidad. En tanto, constituirán un obstáculo para el progreso científico; progreso que, sin embargo, se dará de una forma u otra, de manera lenta o acelerada, como ha ocurrido a lo largo de los dos últimos siglos. Por más que el diablo quiera meter la cola con sus detalles.

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