El primer laboratorio científico de la historia

Extrañando al sol



Ya viene el sol

Ya viene el sol, y digo

Todo está bien

The Beatles, 1969

No hay mal que dure cien años –afortunadamente– y si bien todavía nos quedan un buen número de frentes fríos por venir antes de que termine la temporada invernal, tal parece que el tiempo empieza a mejorar y nos devuelve la confianza en el sol como sostén de la vida en el planeta . Este invierno se ha caracterizado no solamente por las bajas temperaturas que hemos sufrido sino también por los muchos cambios climáticos repentinos. Y, sin embargo, posiblemente no pase a la historia como un invierno particularmente crudo. Al menos no como sucedió con el año 1816, que es conocido como el Año que no tuvo verano.

1816 fue, en efecto, un año con un clima excepcionalmente frío –en Inglaterra la temperatura promedio descendió 2 grados centígrados–. Se piensa fue producto de la erupción del volcán Tambora en Indonesia en abril de 1815. De acuerdo con Alan Robock de la Universidad de Maryland, citado por la revista “New Scientist”, dicha erupción habría arrojado a la atmósfera entre 100 y 200 kilómetros cúbicos de piedra y ceniza –el equivalente a una masa de roca en forma de un de cubo de 10 a 15 kilómetros por lado–. La erupción de Tambora, que pudo oírse a 2,000 kilómetros de distancia, habría sido la mayor en la historia escrita.

Las cenizas de la explosión se dispersaron en la atmósfera, bloqueando la luz del sol, arruinando cosechas y provocando hambrunas. Inspirado por un día oscuro en el que “los candiles se encendieron como si fuera la medianoche”, el poeta inglés Lord Byron escribió en el Año que no tuvo verano: “Tuve un sueño que no era del todo un sueño/El brillante sol se apagaba, y los astros/vagaban diluyéndose en el espacio eterno,/sin rayos, sin senderos, y la helada tierra/oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;/ la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo/consigo el día” (Oscuridad, 1816).

El Año que no tuvo verano no es, sin embargo, caso único en la historia. Un evento mucho más grave ocurrió en el año 536 d.C. Escribió al respecto Procopio de Cesarea, cronista de Justiniano, emperador del Imperio Bizantino: “Y sucedió durante este año que ocurrió un presagio terrorífico. El sol iluminó sin brillo, como la luna, durante todo el año, de la misma manera que el sol en un eclipse, y los rayos que envió no fueron claros ni como los acostumbra enviar”. El enfriamiento resultante por la disminución de radiación solar trajo consigo malas cosechas, hambrunas y caos social.

Se considera también que fue causante de la epidemia conocida como Plaga de Justiniano, que se desencadenó en el Imperio Bizantino a partir del año 542 y que, según Procopio, causaba 10,000 muertes diarias. Los expertos creen que la Plaga de Justiniano fue una epidemia de peste bubónica que antecedió a la epidemia del Siglo XIV en Europa conocida como la Muerte negra, en la que también se piensa el clima jugó un papel importante.

Aparte de las crónicas de la época, los científicos tienen pruebas de que, efectivamente, alrededor del año 536 ocurrió un enfriamiento a nivel global. Michael Baillie, de la Queen´s University Belfast en el Reino Unido, realizó estudios con anillos del tronco de árboles y encontró que el crecimiento de los anillos más delgados ocurrió alrededor del año 536, lo que es indicativo de la prevalencia de bajas temperaturas. Como sabemos, los anillos de los árboles crecen anualmente con espesores que dependen de las condiciones climáticas imperantes. Si estas son buenas el grosor de los anillos es mayor y lo contrario ocurre si son desfavorables.

No es claro, sin embargo, que fue lo que causó el bloqueo de la radiación solar. Según los especialistas, hay dos posibilidades. Una de ellas es la de una erupción volcánica masiva, similar a la que dio origen al Año que no tuvo verano. Otra posibilidad tendría que ver con el impacto de restos de cometas con la Tierra. Se ha aventurado que fragmentos desprendidos del cometa Halley, que se acercó al sol en el año 430, pudieron haber sido interceptados por nuestro planeta algunos años después y arrojando nubes de polvo a la atmósfera.

Regresando al tiempo presente, los problemas que hemos sufrido en las últimas semanas por el crudo invierno son nada comparados con los sufridos por nuestros antecesores –con todo y la preocupante amenaza de la influenza que crece día a día según datos oficiales–, lo que desmiente aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Esto, por supuesto, de poco consuelo nos sirve y nos mueve a pedirle al sol que, en lo sucesivo, no se aleje demasiado.

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