Hogar, dulce hogar

Prejuicios y raciocinio



De acuerdo con la última encuesta de Gallup de diciembre pasado, 13 por ciento de los norteamericanos considera que el mayor problema de los Estados Unidos es el racismo y las relaciones entre razas. Este porcentaje es similar al de aquellos norteamericanos que colocan a la economía como el principal problema que enfrentan, y que sólo es superado por el 15% de quienes consideran que su principal problema se encuadra en la categoría de “Gobierno”.

La preocupación de los norteamericanos por el racismo creció abruptamente –en noviembre pasado solamente el 1% de los encuestados lo destacaban en primer lugar– a raíz de los recientes disturbios ocasionados por la decisión de no procesar judicialmente a los policías blancos de dieron muerte a los afroamericanos Michael Brown y Eric Garner, en Misuri y Nueva York, de manera respectiva.

Como sabemos, los Estados Unidos es un país de inmigrantes, con una historia relativamente reciente, que tiene una población mayoritariamente de origen europeo pero que comprende también minorías de tamaño significativo. Entre éstas se encuentran la de los afroamericanos –resultado del tráfico de esclavos– y la de los latinos, que comprenden el 13% y el 17% de la población total del país, de manera respectiva.

Si bien el racismo es un fenómeno real en los Estados Unidos –lo mismo que en otros países, incluido el nuestro–, el concepto de “raza” no puede definirse de manera precisa desde un punto de vista científico, dadas la mezclas inter-raciales que se han dado a lo largo de la historia. Un artículo publicado en el número de enero del presente año en la revista “The American Journal of Human Genetics”, arroja luz en este respecto. Dicho artículo es encabezado por Katarzina Bryc, adscrita a la “Harvard Medical School” y a la compañía 23andMe, Mountain View, California, especializada en estudios genéticos.

En dicho artículo se reportan los resultados de un estudio llevado a cabo para averiguar la herencia genética, mediante estudios de ADN, de un grupo de más de 160,000 norteamericanos. El estudio se llevó a cabo empleando el banco de datos de la compañía 23andMe que almacena datos genéticos de cientos de miles de personas. Alrededor de 150,000 de los participantes se autodefinieron como europeo-americanos, 5,000 como afroamericanos y 9,000 como latinos.

Los resultados obtenidos muestran que el 3.5% de aquellos que se autodefinen como europeo-americanos tienen cuando menos un 1% de genes africanos. De la misma manera, el genoma promedio afroamericano resulta ser 73% africano y alrededor de 24% europeo. En lo que se refiere al genoma promedio latino, éste es americano nativo en una proporción del 18%, europeo –fundamentalmente de la península ibérica– en un 65% y africano en 6%.

Las composiciones genómicas anteriores, además, dependen del estado de la Unión Americana que se considere. Así, en Carolina del Sur un 12% de los europeo-americanos tienen un genoma que es africano cuando menos en un 1%. De la misma manera, en los estados del sur, limítrofes con México, el genoma latino tiene una mayor proporción nativo americana.

De acuerdo con los resultados del estudio, existe también una dependencia de género en la composición genómica. Así, la probabilidad de que un europeo-americano tenga un ancestro africano hombre sería diez veces mayor a la probabilidad de que tenga un ancestro africano mujer. De la misma manera, un afroamericano podría tener cuatro veces más ancestros indígenas americanos hombres que ancestros indígenas americanos mujeres.

Las fronteras raciales en los Estados Unidos son, de este modo, imprecisas. Tenemos así que la población afroamericana es, en promedio, una mezcla europea-africana. De la misma manera, si bien de acuerdo al estudio de Bryc y colaboradores el genoma europeo-americano es, en promedio, europeo en un 98.6%, el 3.5% de la población europea-americana que tiene ancestros africanos –muchos millones de personas– se encuentra en una franja fronteriza entre dos categorías raciales.

En estas condiciones podríamos quizá esperar que los problemas raciales en los Estados Unidos tuviesen una virulencia sólo relativa. Las encuestas Gallup hasta la última realizada el pasado mes de diciembre así parecían indicarlo. En efecto, según estas encuestas, después de la década de los años sesenta, cuando la mitad de la población norteamericana llegó a considerar que los aspectos raciales eran el problema mayor que enfrentaban, la preocupación por este tema decayó de manera drástica –con la excepción del año 1992 con el caso de Rodney King que provocó, al igual que el pasado año, grandes manifestaciones públicas.

De acuerdo a los acontecimientos del pasado año, sin embargo, no parece que la discriminación racial sea algo que pueda racionalizarse con argumentos científicos y desecharse por improcedente. Aunque esto último no es algo que deba sorprendernos como mexicanos, dado el estado de cosas en nuestro país, donde, ciertamente, existe discriminación racial por más que la población de nuestro país sea mestiza con todos los grados de mezcla imaginables.

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