El primer laboratorio científico de la historia

Emisarios del pasado



Aunque no los podemos ver, sabemos que habitan en nuestro cuerpo una gran diversidad de microbios, en cantidades tan grandes que resultan sorprendentes. En efecto, según los especialistas, el número de células que de manera colectiva conforman estos microbios es de unos 100 millones de millones. Este número es tan enorme que escapa a nuestra comprensión; baste saber, no obstante, que es unas diez veces más grande que el número total de células que componen el cuerpo humano.

Visto así, estamos en clara desventaja con respecto a nuestros huéspedes microscópicos, y resulta afortunado que podamos convivir con ellos de manera pacífica, e incluso que en algunos casos nos ayuden a mantener la salud. Sabemos, no obstante, que la convivencia no siempre es lo armoniosa que quisiéramos, y que puede suceder que algunos de los microbios que habitan en nuestro cuerpo, o que adquirimos por alguna vía, nos enfermen de manera más o menos grave.

Ciertamente, algunas veces nos enferman de manera muy grave, como sucedió en el curso de la pandemia de peste bubónica conocida como Muerte negra, que diezmó a la población de Europa en la primera mitad del siglo XIV. Se sabe que la Muerte negra fue producida por la bacteria “Yersinia pestis” que es trasmitida por pulgas de rata. Se sabe, igualmente, que fue primero introducida a Europa procedente de Asia Menor a través de un puerto en el sur de Italia. La Muerte negra fue una catástrofe en la que habría muerto entre el 30% y el 60% de la población europea.

A causa de la Muerte negra, la Europa del siglo XIV –que estaba a punto de salir de la Edad Media– no fue el lugar más agradable para vivir. Como no se tenía idea de qué la producía, la gente atribuía la peste bubónica a las más disímbolas causas, desde la calidad del aire, a la influencia de los astros, o bien a las supuestas prácticas satánicas de judíos y brujas. El director de cine Ingmar Bergman en su película “El séptimo sello” nos transporta a la Europa de esa oscura época. Si bien Bergman no tuvo la intención de dar una descripción fiel de dicha época –y, de hecho, hace coincidir a las cruzadas con la Muerte negra, eventos que no coincidieron en el tiempo–, si nos presenta un entorno en donde la muerte es una realidad cercana que todos enfrentan.

Afortunadamente, ahora sabemos cuál es la causa de la peste bubónica y no se espera que una catástrofe como la Muerte negra pueda volver a ocurrir. La “Yersinia pestis”, sin embargo, no ha desaparecido de ninguna manera. De hecho, en un artículo aparecido esta semana en la revista “Cell Systems”, se reporta haberla encontrado en un lugar que a primera vista nos resulta sorprendente: las estaciones de tren Metro de Nueva York. El artículo fue publicado por un grupo numeroso de expertos de universidades y centros de investigación de los Estados Unidos y de Irlanda, encabezados por Christopher Mason del Weill Cornell Medical College en la ciudad de Nueva York.

En dicho artículo se reportan los resultados de una investigación llevada a cabo con 1,457 muestras de material genético recogidas en 466 estaciones del metro neoyorquino con el objeto de estudiar su ADN. Dichas muestras fueron colectadas frotando hisopos de nailon sobre pasamanos, torniquetes, bancas, ventanillas expendedoras de boletos y otras superficies en las estaciones del tren, con las cuales hubieran tenido contacto los 5.5 millones de personas que diariamente las transitan. Igualmente, se recogieron muestras de bancas, pasamanos, postes y puertas en el interior de los carros del metro.

En un resultado sorprendente, los investigadores encontraron que aproximadamente la mitad del ADN determinado no pudo ser identificado y correspondía a organismos desconocidos hasta antes de la investigación. Por otro lado, se encontró que un 47% del ADN identificado es de organismos bacterianos, y que si bien un 57% de las bacterias encontradas no han sido asociadas con enfermedades en humanos, un 31% de las mismas son bacterias oportunistas que pueden representar un riesgo de salud. El 12% de las bacterias restantes, entre las que se incluyen algunas resistentes a los antibióticos, están asociadas a enfermedades humanas.

En este último grupo, Mason y colaboradores encontraron fragmentos de ADN de “Yersinia pestis”, así como fragmentos del bacilo del ántrax, ambos, sin embargo, en bajos niveles. Ya que no ha habido un caso de peste bubónica en Nueva York en los dos últimos años, los investigadores consideran que estas bacterias no están asociadas a enfermedades y son simplemente dos habitantes más de la población bacteriana del Metro de Nueva York. Apuntan, no obstante, que esto tiene que ser confirmado.

De un modo u otro, aun si la bacteria de la peste bubónica vivera entre nosotros –como sería el caso si hemos de generalizar los hallazgos del metro neoyorkino– y tuviera el potencial de causar una pandemia como la que devastó a la Europa Medieval, tendríamos esperanzas fundadas en que dicha pandemia no se haría una realidad en el futuro. La peste bubónica del Metro de Nueva York, no obstante, tiene la virtud de transportarnos cientos de años hacia el pasado y hacernos presente una época –recreada de manera magistral por Bergman– en la que la muerte era cosa de todos los días.

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