Hogar, dulce hogar

La tacañería mental y los teléfonos inteligentes



De acuerdo con el sitio de Google “Our mobile planet”, en el año 2013 el 56% de los norteamericanos contaban con un teléfono inteligente y el 67% lo usaban todos los días para acceder a internet. Según la misma fuente, el país con mayor penetración de teléfonos inteligentes en el mundo en ese año fueron los Emiratos Árabes Unidos, en donde un 74% de los habitantes contaba con uno de estos aparatos. En cuanto a nuestro país, el 37% de los mexicanos en 2013 poseían un teléfono inteligente y el 73% lo usaba todos los días para acceder a internet. En este respecto, México ocupaba el primer lugar en Latinoamérica y el 28 en el mundo.

De acuerdo con los expertos, para el año 2025 unas 5,000 millones de personas –más del 60% de los habitantes del planeta– harán uso de un teléfono inteligente para una serie de actividades, que van desde usarlo como teléfono –si bien no de manera predominante–, hasta emplearlo para averiguar si lloverá el día de mañana o para encontrar una dirección. En estas circunstancias, los especialistas conceptualizan al teléfono inteligente como una extensión de nuestro cerebro y se preguntan cómo esto ha modificado, o modificará en el futuro, nuestro comportamiento.

En este respecto, un grupo de investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Waterloo, Canadá, encabezados por Nathaniel Barr, publicaron esta semana en la revista “Computers in Human Behaviour” un artículo que lleva un título sugerente: “El cerebro en su bolsillo: evidencia de que los teléfonos inteligentes son usados para suplantar el razonamiento”. En dicho artículo los investigadores describen y discuten los resultados de un estudio que llevaron a cabo para determinar el grado en el que empleamos a los teléfonos inteligentes como una extensión de nuestro cerebro –de manera análoga a cuando anotamos un número en un papel en lugar de memorizarlo– para ahorrarnos así esfuerzos cognitivos o mentales.

Barr y colaboradores parten de la noción que las personas en una determinada circunstancia somos cognitivamente tacañas y tendemos a sustituir el razonamiento analítico –que requiere de un cierto esfuerzo– por una razonamiento intuitivo más ligero. El contraste entre el pensamiento analítico y el intuitivo lo ilustran con el siguiente problema. Un bate y una pelota tienen un costo combinado de $1.10. El bate cuesta $1.00 más que la pelota. ¿Cuál es el costo de la pelota? La respuesta intuitiva inmediata es que el costo de ésta es 10 centavos, lo cual es incorrecto, pues de ser el caso el costo combinado del bate y la pelota sería $1.20 –es decir, el costo del bate de $1.10 más el costo de la pelota–. La respuesta correcta, obtenida después de hacer un esfuerzo mental, es que el costo de la pelota es 5 centavos.

De acuerdo con Barr y colaboradores, el porcentaje típico de respuestas acertadas al problema anterior es de sólo 33%. Es decir, son más aquellos que escogen una respuesta intuitiva inmediata, que los que hacen el esfuerzo mental requerido por el razonamiento analítico.

Como lo anticipa el título del artículo de Barr y colaboradores, la conclusión es que algunas personas –descritas como más intuitivas que analíticas– usan a los teléfonos inteligentes como una extensión de su cerebro y como un medio para ahorrarse esfuerzos mentales. Es decir, que hay una tendencia a dejar que el teléfono inteligente piense por nosotros. Encontraron, además, que hay una correlación entre la tendencia a reaccionar de manera intuitiva con el tiempo dedicado a buscar información con el teléfono inteligente, aunque no la encuentran con el tiempo dedicado a las redes sociales o al uso del teléfono como un medio de entretenimiento.

Por otro lado, Barr y colaboradores no encuentran una relación entre el grado en que una persona reacciona de manera intuitiva con el hecho de que posea o no un teléfono inteligente. Esto indicaría que usar un teléfono de este tipo no es por sí mismo un factor que influya en la disposición de una persona a pensar o no de manera intuitiva. Consideran, sin embargo, que esto bien pudiera no ser cierto entre aquellos que hacen un uso excesivo del teléfono inteligente, quienes sí pudieran resultar afectados en sus capacidades analíticas.

¿Cómo nos está afectando el desarrollo acelerado de la red de internet y de todas sus aplicaciones, en particular los teléfonos inteligentes? Barr y colaboradores encuentran una correlación entre la habilidad a pensar de manera analítica con el uso del teléfono inteligente para buscar información. Si esta correlación puede ser explicada en términos de nuestra tacañería mental, que nos empujaría a dejar que los esfuerzos mentales los haga nuestra extensión cerebral –en forma de teléfono inteligente– en lugar de nuestro propio cerebro, es algo que deber ser confirmado por estudios adicionales, como Barr y colaboradores lo reconocen.

En tanto esto sucede valdría la pena preguntarnos ¿en qué grado dependemos del teléfono inteligente para buscar información que bien pudiera estar guardada en alguna parte de nuestro cerebro, pero que nos da flojera tratar de recuperar?

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