Hogar, dulce hogar

Las bacterias y la corrupción crónica



De acuerdo con cifras de los Centros de Control y de Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, cada año se infectan con bacterias resistentes a los antibióticos dos millones de estadounidenses, de los cuales unos 23,000 mueren al no lograr superar la enfermedad. La misma fuente estima que los correspondientes costos ascienden a 20,000 millones de dólares por año en cuidados médicos, además de 35,000 millones de dólares por pérdidas en productividad. Las bacterias resistentes a los antibióticos representan, así, un serio problema de salud pública para nuestro vecino del norte.

Y, por supuesto, no solamente para nuestro vecino del norte, pues la resistencia a los antibióticos es por naturaleza un problema que no respeta fronteras, si bien su magnitud particular varía según el país considerado. El mecanismo que genera microbios resistentes a los antibióticos es una consecuencia natural del uso de los mismos, ya sea para la cura de enfermedades en humanos o bien en la industria avícola y ganadera. De este modo, al desarrollo de un nuevo antibiótico puede seguir la aparición de bacterias resistentes al mismo.

En concordancia con lo anterior, los expertos han asociado el incremento de bacterias resistentes al uso excesivo de antibióticos en humanos. Un estudio publicado esta semana en la revista en línea PLOS ONE, sin embargo, concluye que, si bien el abuso de los antibióticos es una causa del desarrollo de bacterias resistentes, es la calidad del gobierno y la corrupción propia de cada país el factor más importante en este respecto. El estudio fue llevado a cabo con 28 países europeos por un grupo de investigadores en Australia, encabezados por Peter Collignon de la Universidad Nacional de Australia. Los países con menor grado de resistencia microbiana y menor corrupción son Suecia y Dinamarca. En el otro extremo, los países más corruptos son Lituania, Letonia y Bulgaria, que se encuentran entre los de mayor grado de resistencia a los antibióticos.

¿Cómo puede haber una relación entre bacterias resistentes a los antibióticos y el nivel de corrupción de un país, relación que en primera instancia se antoja improbable? De acuerdo con Collignon y colaboradores, el desorden debido a un gobierno de baja calidad produce, por un lado, un descontrol en el uso de los antibióticos –tanto en humanos como en animales, propagándose en este último caso a través de la cadena alimenticia–, mientras que al mismo tiempo resulta en un tratamiento deficiente de las enfermedades infecciosas. Igualmente, se afectan negativamente los procedimientos de purificación del agua y, en general, las condiciones de higiene de la población. Todo esto se combinaría para generar un ambiente propicio para el desarrollo de bacterias resistentes a los antibióticos.

Sanyaya Senanayake, uno de los coautores del estudio de referencia, ofrece un ejemplo concreto al respecto: “La bacteria E-coli se encuentra comúnmente en humanos y en animales. Sabemos que en ciertos sectores agrícolas los antibióticos son empleados en animales y de esto resulta una resistencia a los mismos, y que dicha resistencia puede ser trasmitida a los humanos de varias formas, incluyendo la trasmisión a través de los productos alimenticios. Nosotros pensamos que en los países con altos niveles de corrupción es menos probable que haya una supervisión estricta de cómo esos antibióticos son usados y la manera en que son desechados, habiendo la posibilidad de que ríos y otras partes del medio ambiente sean contaminados.”

Collignon y colaboradores encuentran también que no hay una correlación entre el porcentaje de personas en la población con una educación universitaria y la generación de bacterias resistentes a los antibióticos y, de manera sorprendente, que la medicina privada produce más bacterias resistentes que la medicina pública. No tienen una explicación clara para esto último, pero los investigadores ofrecen una hipótesis en el sentido que los médicos en el sector privado tienen menos restricciones para el uso de antibióticos, tanto en tipo como en volumen, que aquellos del sector público.

Como sabemos –y comprobamos todos los días–, cuando se le compara con otros países del mundo nuestro país no sale bien parado en cuanto a índices de corrupción se refiere. En efecto, de acuerdo con Transparencia Internacional, México ocupa el lugar 103 entre 175 países en el Índice de Percepción de la Corrupción, con una puntuación de 35 puntos sobre 100. El primer lugar en dicho índice es ocupado por Dinamarca –que ocupa el segundo lugar en Europa en cuanto a la prevalencia de bacterias resistentes a los antibióticos– con 92 puntos, mientras que en el fondo se encuentran Somalia y Corea del Norte.

De este modo, de ser posible extender a nuestro país los resultados de Collignon y colaboradores –obtenidos empleando datos estadísticos de países europeos–, México tendría el dudoso honor de ser un buen productor de bacterias resistentes a los antibióticos. Esta sería la mala noticia. La buena es que nuestro país podría en todo caso revertir la situación, pues de acuerdo con el artículo de referencia, las bacterias resistentes en el pasado no afectan la resistencia de las bacterias en el presente. Esto es, un posible alto nivel de resistencia microbiana en el presente no sería un obstáculo para mejorar la situación en el futuro. Dado el caso, todo estaría en que nos lo propusiéramos.

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