El primer laboratorio científico de la historia

Tecnología a largo plazo



Imagine que a voluntad pudiéramos hacernos invisibles. ¿Qué ventajas o desventajas nos representaría una habilidad como ésta? Una visión particular al respecto nos la proporciona el escritor británico H.G. Wells en su novela “El hombre invisible” –que podría no encontrarse entre las mejores de dicho autor– en la que explora algunos aspectos de la invisibilidad.

El protagonista –invisible– de dicha novela, de nombre Griffin, es un científico que logra descubrir una sustancia que hace transparente a quien la ingiere y la emplea en sí mismo. El poder aparente que le da la invisibilidad hace que Griffin pierda piso y pretenda conquistar al mundo por medio del terror. Al final el terror, no obstante, se vuelve contra él y tiene un fin desafortunado, muriendo golpeado por lo vecinos del pueblo.

Si bien el método de Wells para alcanzar la invisibilidad es de improbable realización y no trasciende más allá del ámbito de la ciencia ficción, existen en la actualidad investigaciones científicas en curso que están buscando desarrollar tecnologías para hacerla realidad. Podemos ver un objeto en función de la luz que refleja y llega hasta nuestros ojos. De este modo, una manera de hacer un objeto invisible es evitando que refleje luz; es decir, manipulando la luz para que se abra y rodee al objeto y posteriormente vuelva a unirse como si dicho objeto no hubiera existido. En un trabajo realizado hace un par de años, un grupo de científicos logró hacer invisibles a animales relativamente grandes –un pez dorado y un gato– empleando espejos para manipular la luz.

Podemos entonces contemplar que en un futuro –todavía incierto, sin embargo– puedan desarrollarse técnicas para hacernos invisibles, tal como en la novela de H.G. Wells, pero empleando principios físicos muy diferentes. En estas circunstancias, hay quien se ha preguntado cuál será el efecto de una hipotética invisibilidad sobre nuestro comportamiento social.

Un artículo aparecido esta semana en la revista “Scientific Reports” ayuda a contestar esta pregunta. Dicho artículo fue publicado por investigadores suecos, adscritos al Instituto Karolinska, encabezados por Arvid Guterstam. Como un primer paso en su investigación, Guterstam y colaboradores desarrollaron una manera de inducir en personas sanas la ilusión de ser invisibles.

Para llevar esto a cabo, los investigadores colocaron al voluntario de pie con la cabeza inclinada hacia abajo, como si viera hacia su cuerpo, pero con los ojos cubiertos por un visor. En dicho visor se proyectó la imagen de dos cámaras colocadas enfrente del voluntario, a la altura de sus ojos, apuntando hacia abajo en la dirección de un cuerpo invisible. El propósito del arreglo fue el de engañar al voluntario para que tomara la imagen que veía en el visor, generada por las cámaras enfrente de él, como la imagen real que veían sus ojos.

La ilusión de invisibilidad se produjo por medio de estímulos táctiles en el cuerpo del voluntario, los cuales se aplicaron simultáneamente con estímulos virtuales idénticos en el cuerpo invisible, los cuales fueron captados por las cámaras. De este modo, el voluntario recibía los estímulos táctiles en su cuerpo, al mismo tiempo que veía a través del visor la imagen simultánea del mismo estímulo aplicado al cuerpo invisible. Creaba así la ilusión de que él era invisible.

Una vez que Guterstam y colaboradores lograron crear en los voluntarios la ilusión de invisibilidad, pudieron estudiar la manera cómo ésta afecta la percepción que tenemos de nosotros mismos. Encontraron, en particular, que la invisibilidad reduce la ansiedad que experimentan algunas personal al hablar en público.

¿Cómo afectaría la invisibilidad nuestro comportamiento social? En “El hombre invisible” el protagonista quedó tan perturbado con su cuerpo invisible que llegó a extremos de locura. No esperaríamos que un hombre invisible del futuro pretenda conquistar al mundo. Sin embargo, es probable que de la impunidad que seguramente llevaría aparejada la invisibilidad no resultaría nada positivo. Baste señalar la agresividad del lenguaje que emplean algunas personas en los intercambios de comentarios que se dan en internet, cobijadas, si no por una invisibilidad corporal, sí por la invisibilidad que les da el espacio virtual.

Por otro lado, las tecnologías necesarias para alcanzar una invisibilidad equivalente a la que relata H.G. Wells serían de una complejidad tal que es improbable que se hagan realidad en el mediano plazo. De este modo, si bien el estudio de Guterstam y colaboradores seguramente es valioso para los especialistas, sus conclusiones no tendrán afortunadamente que ser comprobadas en la práctica en los años por venir.

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