El primer laboratorio científico de la historia

La verdad nos hará esbeltos



Da acuerdo con el reporte global sobre la diabetes dado a conocer esta semana por la Organización Mundial de la Salud, se estima que en el año 2014,422 millones de adultos,el 8.5% de la población adulta, vivía con este padecimiento. En comparación, el porcentaje correspondiente al año 1980 era de 4.7%, lo que representa108 millones de personas. Esto es,en el curso de 35 añosel porcentaje de adultos que padecen diabetes en el mundo casi se duplicó, mientras que en términos absolutos los números casi se cuadruplicaron. El crecimiento de la diabetes es, además, más acelerado en los países de ingresos medios.

El incremento en la prevalencia de la diabetes ha estado acompañado por un incremento simultáneo en el porcentaje de personas con sobrepeso, que es uno de los mayores factores de riesgo para el desarrollo de la enfermedad. Por ejemplo, de acuerdo con el sitio de Internet de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, en 1962 alrededor del 46% de la población adulta estadounidense tenía sobrepeso, mientras que en 2010 este porcentaje se había elevado hasta el 75%, con 31% y 5% clasificados como obesos y extremadamente obesos, de manera respectiva.Y como sabemos, México no se queda atrás en este respecto, ocupando el segundo lugar entre los países con mayor porcentaje de obesos, solamente por debajo de los Estados Unidos.

En esta situación, cabe preguntarse por las razones de dicho incremento, que alcanza las dimensiones de una catástrofe de salud pública, y que guardarelación, obviamente, con la comida que ingerimos. Según los cánones establecidos por los nutriólogos desde hace varías décadas, una alimentación sana debe limitar la ingesta de grasas saturadas. Así, en nuestra alimentación hemos sustituido las grasaspor azúcares –sustituimos, por ejemplo, el yogurt normal por uno bajo en grasas en el que la pérdida de sabor se compensaañadiendo azúcar–las cuales, según algunos especialistas,son los verdaderos culpables de la epidemia de obesidad que nos aqueja.

Un interesante artículo periodístico aparecido esta semana en el periódico británico “TheGuardian” nos relata las circunstancias en las que se generó la idea según la cual las grasas son dañinas para nuestra salud, particularmente por su asociación con las enfermedades cardiovasculares. En 1955, el presidente Dwight Eisenhower tuvo un ataque cardiaco, mismo que fue hecho público al día siguiente por su médico. Éste, además, aprovechó para recomendar a los estadounidenses que se cuidaran de sufrir un problema similar parando de fumar y reduciendo la ingesta de grasas y alimentos ricos en colesterol. Para hacer estas recomendaciones, el médico del presidente citó a AnselKeys, un nutriólogo de la Universidad de Minnesota, autor de la hipótesis según la cual existe una asociación entre el consumo de grasa y las enfermedades del corazón.

Por la forma en que se dio a conocer, la teoría de Keysno podía haber tenido un mejor lanzamiento público, por más que Eisenhower tuviera una historia médica plagada de problemas cardiacosque lo llevaronfinalmente a la muerte en 1969, a pesar de haber seguido una dieta baja en grasa.

Y a pesar también del nutriólogo británicoJohn Yudkin, quien era profesor del “Queen Elizabeth College” en Londres. Yudkin tenía la seguridad de que detrás de los problemas cardiacos estaban los azúcares y no las grasas.Desafortunadamente para él, sin embargo, Yudkinno tenía la misma capacidad de relaciones públicas que tenía Keys y sus ideas fueron desechadas a favor delas de este último. Así, por varias décadas hemos vivido con la creencia de que el consumo de alimentos ricos en grasas saturadas y colesterol es dañino para nuestra salud.

En la actualidad, si bien ésta es aun la opinión prevaleciente, hay investigadores queconsideran que no hay una evidencia sólida que conecte al consumo de grasas saturadas con la obesidad y el desarrollo de enfermedades cardiovasculares. En su lugar, postulan que, efectivamente, tal como lo defendía Yudkin, el verdadero villano son los azúcares y no las grasas saturadas. No es difícil entender, sin embargo, que encontrar la verdad sobre esta materia, con evidencia científica y no empleando otro tipo de técnicas, no es una empresa sencilla por lo complejo de los experimentos involucrados que, además y por necesidad, se extienden a lo largo de muchos años.

Por lo demás, si después de que se despeje la polvareda actual resulta que debemos evitar a los azúcares más que a las grasas la sorpresa posiblemente no sería grande.Después de todo, hemos sido consumidores de grasas saturadas por millones de años y de azúcares por apenas unos pocos miles de años, en el mejor de los casos. Sin dejar de considerar que la teoría sobre la toxicidad de las grasas saturadas, lejos de ayudarnos a mantener una línea esbelta nos ha deteriorado la figura de manera sustancial. Y algo debe de andar mal en consecuencia.

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