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Dado el poco interés que ha despertado la ciencia entre nuestras máximas autoridades, no es sorprendente que ésta haya llegado al país con un retraso considerable. En efecto, tal como la conocemos hoy en día, la ciencia se originó en Europa en los siglos XVI y XVII y empezó a mostrar todo su potencial tecnológico en el siglo XIX. En México, en contraste, fue hasta 1970 –cuando se creó el CONACyT– que el gobierno federal reconoció formalmente –si bien con altibajos en posteriores administraciones–que una ciencia y una tecnología propiasson dos elementos insustituibles para el desarrollo del país. Con anterioridad, si bien se crearon algunas instituciones para promover la ciencia en México,los recursos con los que se les dotó fueron modestos y no guardaron proporción alguna con las necesidades del país.
De este modo,México permaneció ajeno al progreso científico del mundo hasta fechas muy recientes. Ciertamente, hay razones objetivas que lo explican. Por ejemplo, el clima de violencia e inestabilidad política que caracterizó a nuestro país durante buena parte del siglo XIX no fue, sin duda, el mejor caldo de cultivo para el desarrollo de una ciencia mexicana. La explicación resulta, sin embargo, solo parcial si consideramos que el Japón logró, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, un desarrollo científico notable en circunstancias muy desfavorables, no radicalmente diferentes de las que prevalecían en nuestro país. Es así inevitable hacer comparaciones.
Como es conocido, después de la expulsión de los españoles y portugueses en la primera mitad del siglo XVII, Japónse aisló deliberadamente del mundo por mas de doscientos años y solo mantuvo un contacto,muy restringido, con holandeses y chinos.Este aislamiento tuvo un fin abrupto en la década de los años cincuenta del siglo XIX, cuando el país fue obligado a abrirse al comercio con los Estados Unidos bajo la amenaza de los cañones del comodoro Matthew Perry de la armada de los Estados Unidos. Perry –que participó también en la invasión estadounidense de 1847 a nuestro país– arribóa la bahía de Tokio en 1853 con una flota de cuatroamenazantes “barcos negros”y un carta del presidente norteamericano solicitando la reapertura de Japón. Una vez entregada la carta, Perry prometió regresar al año siguiente por la respuesta.
En 1858, tras de las gestiones diplomáticas de Perry y otros enviados del gobierno norteamericano,elJapón firmó con los Estados Unidos el “Tratado de amistad y comercio” con el que reanudó sus relaciones comerciales con occidente.
La claudicación de Japón ante las amenazas de los Estados Unidos fue forzada por las gran disparidad tecnológica que existía entre los dos países. Y esta claudicación no fue un asunto menor, pues el hecho de verse el país obligado, ante las amenazas de una potencia extranjera, a cambiar una política que habían sostenido por más de dos siglos, provocó a los pocos años la caída del régimen feudal que hasta entonces imperaba en Japón y la implantación de un gobierno central encabezado por el emperador.
Con fin de prevenir en el futuro nuevas amenazas del exterior, el nuevo gobierno japonés se dio a la tarea de tratar de alcanzar a los países avanzados en su desarrollo científico y tecnológico mediante una reforma del sistema educativo y una política para la introducción de la ciencia y tecnología de occidente en el Japón.
Una medida del grado de éxito que alcanzaron en su propósito es la victoria que en 1905 obtuvieron en la guerra contra Rusia, una de las potencias europeas de la época.Podemos igualmente evaluar la pertinencia de las reformas educativas implantadas en Japón por el premio Nobel en física otorgado a HidekiYukawa en 1949. Yukawa fue un físico formado en universidades japonesas en las décadas de los años veinte y treinta del siglo XIX y en el momento de recibir el premio Nobel era profesor de Universidad de Kioto. Esto es, la reforma del sistema educativo japonés alcanzó para que, en el curso de unas cuantas décadas, se pudiera formar a un científico de talla mundial y se pudieran realizar investigaciones de frontera en instituciones japonesas.
Si bien no es posible establecer un paralelismo cercano entre México y Japón, dos países con diferencias sustanciales en geografía y cultura, sí podemos apuntar que en el siglo XIXlos dos países sufrieron por igual de convulsiones políticas y agresiones por parte de países más avanzados tecnológicamente. Y, no obstante, el curso que siguió la ciencia en Méxicofue muy diferente delcurso que siguió en Japón: hoy en día este último está a la vanguardia tecnológica, mientras que México sufre de un atraso considerable.
Por lo demás, si hemos de aprender de la experiencia japonesa –y de la de otros países asiáticos– no todo estaría perdido y podríamos superar en buena medida nuestro rezago científico en un periodo de tiempo medido en décadas. Esto, si nos ponemos a trabajar fuertemente y de manera coordinada. Todo está en que nos lo propongamos.
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