El primer laboratorio científico de la historia

Sueño interrumpido



Un artículo publicado en Suecia en 1869, dirigido a inhibir la emigración de la población sueca hacia los Estados Unidos, advertía sobre los supuestos peligros que enfrentaría quien se aventurara a viajar al país americano. Dicho artículo incluía dos ilustraciones contrastantes. En una se presentaba a un país idílico, con abundantes recursos de caza y pesca y la posibilidad de descansar recostado en una hamaca bajo la sombra de frondosos árboles. En la otra, reflejando al país supuestamente real, se presentaba al inmigrante enfrentando grandes amenazas, incluido el ataque por fieras, serpientes y nativos salvajes. Estos últimos se muestran vestidos como indios norteamericanos, con plumas en la cabeza y extrayendo el corazón al estilo azteca a una víctima arrojada al suelo.

No es claro el efecto que este artículo u otros similares haya tenido en el ánimo de los potenciales inmigrantes suecos a los Estados Unidos, pero ciertamente no inhibió a los más de un millón de suecos que cambiaron su residencia a ese país durante el siglo XIX e inicios del XX en la búsqueda del sueño americano.

Como tampoco fueron disuadidos por las múltiples dificultades que enfrentaron los 30 millones de alemanes, irlandeses, polacos, griegos, rusos e italianos, entre otras nacionalidades, que llegaron a los Estados Unidos en este mismo periodo en busca de una mejor vida. Por no hablar de los 16 millones de mexicanos que emigraron a los Estados Unidos entre los años 1965 y 2015 –según el “Pew Research Center– atraídos igualmente por el sueño americano.

Por otro lado, sabemos que en las últimas décadas el sueño americano se ha desdibujado en cierta medida. Así, un artículo aparecido esta semana en la revista “Science”, publicado por un grupo investigadores de universidades estadounidenses encabezado por Raj Chetty de “Stanford University” en California, encuentra que uno de los aspectos que definen al sueño americano: la aspiración de que los hijos gocen de un mayor nivel de vida del que tuvieron los padres, ha sufrido un descalabro mayor. De manera concreta, dicho artículo concluye que la proporción de hijos que a los treinta años tienen un salario mayor que el que tuvieron sus padres a la misma edad ha caído estrepitosamente en las últimas décadas.

Chetty y colaboradores llegaron a esta conclusión después de analizar datos estadísticos laborales de los Estados Unidos para hijos nacidos entre 1970 y 1984 y sus padres respectivos. Dado que la falta de datos suficientes que liguen a padres e hijos en todo el periodo de interés no hace posible comparar de manera directa el salario percibido por un hijo con el de su padre décadas atrás, los investigadores recurrieron a métodos indirectos y a varias bases de datos.

Así, hicieron un uso combinado de datos proporcionados por la oficina recaudadora de impuestos de los Estados Unidos que ligan a padres e hijos, nacidos éstos después de 1980, y de datos de la oficina de censos de ese país para los nacidos anteriormente a ese año. En este último caso, a falta de datos completos, los investigadores tuvieron que recurrir a una hipótesis relativa a la estabilidad de la suma de los salarios de padres e hijos a lo largo del tiempo. De acuerdo con los autores del artículo, sin embargo, su hipótesis es sólida y es respaldada por los datos de que se dispone.

Como se mencionó anteriormente, Chetty y colaboradores llegan a la conclusión que la movilidad social intergeneracional en los Estados Unidos ha caído drásticamente entre aquellos nacidos en el periodo 1940-1984. Así, mientras que el 90% de aquellos nacidos en 1940 tenía un salario mayor que el de sus padres, esta proporción cayó al 50% para aquellos nacidos en la década de los años ochenta.

La caída en movilidad, además, no fue la misma en todo el territorio norteamericano, afectando particularmente al medio oeste. Así, en el estado de Michigan hubo una caída en movilidad por 48 puntos porcentuales, mientras que en Illinois, Indiana y Ohio, dicha caída fue por 45 puntos. En contraste, en los estados de Nueva York y Massachusetts, la caída en movilidad fue de aproximadamente 35 puntos.

Chetty y colaboradores se preguntan por las causas de esta caída tan drástica en movilidad intergeneracional y por las políticas que tendrían que implementarse para restaurarla a sus niveles anteriores. Consideran dos posibles causas: la caída en el ritmo de crecimiento de la economía norteamericana, y un crecimiento de la desigualdad en la distribución del producto interno bruto entre la población.

Desechan la primera causa pues encuentran ni aún restaurando el ritmo de crecimiento de la economía norteamericana a los niveles de mediados siglo XX pudiera restablecerse la movilidad intergeneracional. Concluyen, en cambio, que la caída en dicha movilidad es debida a la creciente desigualdad en el reparto de beneficios económicos entre la población. Así, un incremento en el ritmo de crecimiento económico beneficiaría sobre todo a las capas superiores que más ganan.

De este modo, de acuerdo con Chetty y colaboradores, la creciente desigualdad social en los Estados Unidos está destruyendo el mito del sueño americano. Y lo hace seguramente con una mayor efectividad con que artículos anti Estados Unidos frenaron la emigración sueca hacia ese país en el siglo XIX.

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