El primer laboratorio científico de la historia

Manipulación con amargos resultados



En el verano de 1955, el entonces presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower, sufrió un ataque cardiaco mientras dormía. A pesar de que dicho ataque fue mal diagnosticado por su médico personal y transcurrieron 12 horas antes de que fuera internado de emergencia en un hospital, Eisenhower se recuperó del problema. Y lo hizo a tal grado que el siguiente año se reeligió para un segundo periodo de cuatro años en el cargo, mismo que llevó a término, si bien no antes de sufrir un segundo ataque.

Los problemas cardiacos que aquejaron al presidente Eisenhower durante su presidencia, dieron visibilidad nacional a las ideas de Ancel Keys, fisiólogo de la Universidad de Minnesota, quién sostenía que un factor de riesgo para un ataque cardiaco es el alto nivel de colesterol en la sangre inducido por la ingesta de alimentos ricos en grasas saturadas. No todo mundo estuvo, sin embargo, de acuerdo con esta opinión. En particular, John Yudkin, nutriólogo del “Queen Elizabeth College” de la Universidad de Londres, creía que la ingestión de azúcar era más peligrosa para la salud que la ingestión de grasas saturadas: Esto, no solamente para el desarrollo de problemas cardiacos, sino también como causante de obesidad y diabetes.

Con el tiempo, los puntos de vista de Keys prevalecieron sobre los de Yudkin y las grasas saturadas se convirtieron en el villano que habría que evitar, so pena de sufrir problemas de salud. Así, se desarrolló una próspera industria de alimentos bajos en grasas y, para compensar, rica en contenido de carbohidratos.

Con el cambio de alimentación, sin embargo, algo resultó mal si hemos de juzgar por la epidemia de obesidad y diabetes que se ha desarrollado en diversas regiones del mundo. En efecto, si, por ejemplo, echamos un vistazo a las estadísticas de obesidad en los Estados Unidos notaremos que entre 1960 y 1980 el número de personas obesas se incrementó a una tasa moderada. En contraste, a partir de 1980, cuando el gobierno norteamericano hizo pública una guía para una alimentación sana, dicha tasa se incrementó de manera considerable y el número de obesos alcanzó números apabullantes. En efecto, según estadísticas del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, entre los años 2011-2014, dos de cada tres norteamericanos adultos estuvieron clasificados como obesos.

Como consecuencia de la catástrofe alimentaria de la últimas décadas, las ideas de Yudkin han resurgido. Así, Robert Lustig de la Universidad de California, San Francisco, acusa al azúcar de ser el verdadero culpable de esta catástrofe. Habría que notar que aun para el lego esto tiene sentido, pues los humanos hemos evolucionado consumiendo grasas animales y sólo ha sido en los últimos siglos –un tiempo despreciable en términos evolutivos– que hemos añadido el azúcar a nuestra dieta. Como culpable de la catástrofe alimentaria, el azúcar es de este modo más sospechoso que las grasas saturadas.

Sin embargo, probar de manera sólida el efecto que tiene un determinado alimento en nuestra salud es en extremo difícil por la necesidad de llevar a cabo experimentos controlados a lo largo de muchos años. Existe, además, la interferencia de las diferentes industrias de alimentos interesadas en promover o satanizar determinados productos en su beneficio.

Con relación a esto último, la semana que hoy termina apareció un artículo en la revista Plos One Biology en el que se analizan investigaciones llevadas a cabo en la década de los años sesenta del siglo pasado por encargo de la “Sugar Research Foundation”. Estas investigaciones estudiaron el efecto que tiene el consumo de azúcar en nuestra salud. El artículo de referencia fue publicado por un grupo de investigadores de la Universidad de California, San Francisco encabezados por Christin Kearns.

De acuerdo con la investigación llevada a cabo por Kearns y colaboradores, la “Sugar Research Foundation” –con ligas con la industria azucarera– financió una investigación llevada a cabo en la Universidad de Birmingham con ratas de laboratorio para determinar el efecto que una alimentación rica en sacarosa tiene en los niveles de triglicéridos en la sangre. Dicha investigación encontró que la alimentación con sacarosa genera niveles de triglicéridos más altos que aquella rica en almidones. Encontraron, además, indicios de que la dieta a base de sacarosa puede producir cáncer de vejiga. Cuando la “Sugar Research Foundation” se enteró de los resultados de la investigación, todavía en proceso, la suspendió y nunca publicó los resultados.

Según Kearns y colaboradores, la “Sugar Research Foundation” manipuló los resultados científicos obtenidos por los investigadores de la Universidad de Birmingham para favorecer los intereses comerciales de la industria azucarera. Y con esto habría contribuido a la epidemia de obesidad de proporciones mayúsculas que asuela al mundo. Con amargos resultados.

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