El primer laboratorio científico de la historia

Arqueología contemporánea



Durante 2,500 años la civilización maya floreció en un extensa región de unos 400,000 kilómetros cuadrados, localizada en el sureste de México, Guatemala, Belice y partes de Honduras y El Salvador. Como sabemos, y por razones que todavía no son claras para los arqueólogos, la civilización maya entró en declive hacia finales del primer milenio de nuestra era, desplazándose la población hacia el norte de la península de Yucatán. Como resultado, las ciudades de las tierras bajas fueron abandonadas y eventualmente engullidas por la selva

En lo que se refiere a la región del Petén, en el centro de la zona maya y durante el llamado periodo clásico, florecieron ciudades como Tikal, Calakmul, Naachtun y Palenque que permanecieron ocultas, sepultadas por la vegetación, hasta tiempos relativamente recientes. Algunas hasta el siglo XX, como es el caso de Calakmul y Naachtun.

La situación de las ciudades mayas del Petén, sepultadas por la selva, han dificultado naturalmente la labor de los arqueólogos que buscan desvelar los elusivos secretos que ocultan, incluyendo el estilo de vida de sus constructores. Afortunadamente, la tecnología ha acudido en su ayuda. De manera precisa, lo ha hecho la técnica conocida como LIDAR –acrónimo de la expresión en inglés “Laser Imaging Detection and Ranging”– que permite ver a través del manto de árboles y descubrir edificios y construcciones ocultas por el mismo.

La tecnología LIDAR permite medir la distancia a la que se encuentra un objeto por medio de un haz de láser que se apunta hacia dicho objeto. Básicamente, la técnica LIDAR mide el tiempo que le toma a la luz del láser alcanzar al objeto y regresar al punto de partida después de ser dispersado por el mismo. Es decir, mide el tiempo que tarda en producirse el “eco” del rayo luminoso. Conociendo la velocidad a la que viaja la luz, la distancia al objeto puede ser determinada a partir de dicho tiempo.

Los ecos sonoros son fenómenos que nos son familiares dado que el tiempo de retraso entre la producción del sonido y su regreso al punto de partida después de ser reflejado por un objeto es típicamente de segundos o fracciones de segundo, tiempo que fácilmente podemos percibir. Los ecos luminosos, en cambio, son imposibles de percibir dado que la velocidad con la que viaja la luz es casi un millón de veces mayor que la del sonido. Así, nos parece que la luz va y regresa de manera instantánea. No es así, por supuesto, como lo podemos comprobar por medio del uso de instrumentos especializados, uno de los cuales es precisamente el LIDAR.

Un artículo aparecido esta semana en la revista Science, publicado por un equipo internacional de investigadores encabezado por Marcello Canuto de la Universidad Tulane en Nueva Orleans, nos muestra de manera fehaciente las posibilidades que ofrece el LIDAR para la investigación arqueológica. En dicho artículo, se reportan los resultados de un estudio llevado por medio de LIDAR en 12 sitios arqueológicos en el Petén, incluyendo a Tikal y Naachtun.

Canuto y colaboradores emplearon un dispositivo LIDAR montado en un avión que sobrevoló el área de estudio y dirigió el haz de un laser hacia las copas de los árboles a medida que rastreaba dicha área y medía el tiempo que le tomaba al haz de luz regresar al punto de partida. Si las copas de los árboles constituyesen una barrera infranqueable para la luz, el haz reflejado no podría revelar nada que estuviera oculto por debajo de dichas copas. Afortunadamente, por experiencia se sabe que parte de la luz logra penetrar por los huecos que dejan las hojas de los árboles y llega hasta el suelo, produciendo no solamente un eco sino varios según los obstáculos que encuentre en su camino. Un análisis de los diferentes ecos luminosos pueden así dar información sobre estructuras arqueológicas ocultas a simple vista.

Y esto es precisamente lo que demuestran en su artículo Canuto y colaboradores que rastrearon un área total de 2,144 kilómetros cuadrados, identificando 61,480 estructuras antiguas que incluyen edificios de varios tipos, además de fortificaciones militares, terrazas agrícolas, caminos, canales y depósitos de agua.

Una gran cantidad de información puede ser deducida a partir de estos datos. Por ejemplo, Canuto y colaboradores estiman entre 150,000 y 240,000 el número de pobladores en el área estudiada en el periodo clásico tardío. Extrapolando a toda el área maya de tierras bajas en Guatemala, Belice, Campeche y Quintana Roo, los investigadores estiman que la habitaron entre 7 y 11 millones de personas.

Y más importante quizá, los investigadores concluyen que los resultados de su estudio “apoyan sin ambigüedad la noción de que los mayas de las tierras bajas construyeron espacio variable y combativo en el cual una red de ciudades densamente pobladas y defendidas estaba sostenido por una serie de prácticas agrícolas que optimizaron la productividad de la tierra, la diversidad de recursos y la sostenibilidad en una escala mucho más grande que lo considerado hasta ahora”.

La ciencia y la tecnología moderna que de la misma resulta nos da así una muestra más de su poder para investigar el pasado. En este caso particular, facilitando la tarea a los arqueólogos proporcionándoles una herramienta para llevar a cabo un estudio detallado de los sitios arqueológicos del Petén, el cual habría significado un esfuerzo considerablemente mayor empleando métodos tradicionales. Estudio que, por lo demás, ha evidenciado el alto grado de desarrollo que alcanzaron los mayas de las tierras bajas.

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