El primer laboratorio científico de la historia

Sol 1-0 Viento



En el marco del acuerdo climático de París de 2015, 195 países acordaron buscar limitar el incremento global de temperatura a un valor muy por debajo de los 2 grados centígrados con respecto a su nivel preindustrial, haciendo esfuerzos para que dicho incremento no superase los 1.5 grados centígrados. Esto, con el fin de evitar una catástrofe climática a nivel global.

Como parte del acuerdo climático de París, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC) de la Organización de las Naciones Unidas recibió una invitación para elaborar un reporte sobre los efectos que tendría un incremento global de temperatura por arriba de los 1.5 grados centígrados. El PICC aceptó dicha invitación y como parte de su respuesta difundió el pasado 8 de octubre el primero de tres documentos que ha preparado sobre este tópico. En dicho documento se comparan los dos escenarios que surgirían con incrementos de 1.5 y 2 grados centígrados de temperatura global.

De acuerdo con el reporte del PICC, limitar el incremento de temperatura a 1.5 grados centígrados reduciría de manera significativa el ritmo de crecimiento del nivel de los océanos, así como el deshielo de los casquetes polares. De la misma, si limitamos el calentamiento a 1.5 grados centígrados sobrevivirán entre un 10% y un 30% de los arrecifes de coral, los cuales prácticamente desaparecerían si el aumento llegara a los 2 grados centígrados. Así, según el PICC, es indispensable llevar a cabo una transformación rápida en materia de “tierra, energía, infraestructura urbana y sistemas industriales” para limitar la emisión de los contaminantes atmosféricos causantes del cambio climático.

Un estrategia para la transformación energética es la sustitución, en la medida de los posible, de las fuentes de generación de energía basadas en combustibles fósiles por fuentes de energía renovable. En este respecto, las energías eólica y solar fotovoltaica están actualmente jugando un papel central.

La energía eólica puede ser aprovechada empleando molinos de viento que transforman la energía de viento en la energía de rotación de las aspas del molino, y a partir de ésta en energía eléctrica por medio de generadores de electricidad. Las celdas fotovoltaicas, por su lado, capturan la radiación solar y la transforman directamente en energía eléctrica. Puesto que para su operación los molinos de viento y las celdas fotovoltaicas no consumen combustibles fósiles –como el petróleo o el gas natural–, podíamos esperar que no contribuyan al cambio climático.

Esto último, sin embargo, no es estrictamente cierto, al menos a nivel regional. Los paneles solares, por ejemplo, absorben una cierta cantidad de la radiación solar que incide sobre ellos y que de otro modo hubiera sido absorbida por el medio ambiente. Dicha radiación es convertida en electricidad que es enviada por medio de una línea de transmisión a otra localidad en donde es consumida generando calor que se disipa en el medio ambiente. Los paneles solares, de este modo, contribuyen a un enfriamiento regional alrededor de la instalación solar y a un calentamiento en el lugar en donde se consume la energía eléctrica que producen. No obstante, dado que en algunas regiones la temperatura se elevaría mientras que en otras disminuiría, el efecto global sería mucho menor que a nivel regional.

Los molinos de viento, por su lado, frenan la velocidad del viento que incide sobre sus aspas y de este modo alteran los intercambios de calor y de humedad entre las superficie de la tierra y la atmósfera. De acuerdo con los expertos, esto produce una elevación de temperatura alrededor del área de instalación de los molinos de viento.

Este efecto es el tema de un artículo aparecido en línea el pasado 4 de octubre en la revista Joule cuyos autores son Lee Miller y David Keith de la Universidad de Harvard. Miller y Keith se propusieron estudiar el efecto que, sobre la temperatura ambiente, tendría la instalación en el territorio continental de los Estados Unidos de molinos de viento en cantidad suficiente para generar toda la energía eléctrica consumida por ese país. De manera interesante, encuentran que la operación de dichos molinos incrementaría en 0.24 grados centígrados la temperatura ambiente a nivel de todo el territorio estadounidense.

Miller y Keith hacen notar que este incremento de temperatura es mucho mayor que la disminución de 0.1 grados centígrados que se estima se obtendría eliminando todas las instalaciones en los Estados Unidos que generan electricidad por medio de combustibles fósiles. Así, lejos de ayudar al cambio climático, los molinos de viento lo agravarían.

Ciertamente, esta situación se haría menos desfavorable en la medida en que se eliminara la quema de combustibles fósiles y disminuyera la emisión de gases de invernadero. El punto de equilibrio a partir del cual sería ventajoso el uso de la energía eólica, sin embargo, ocurriría sólo hasta finales del presente siglo. La energía eólica no sería de este modo la solución ideal al corto plazo para resolver los problemas del clima.

En contraste, Miller y Keith hacen notar que el impacto climático de la energía solar fotovoltaica es diez veces menor que el de la energía eólica, lo que, la convertiría en una opción más favorable.

Por otro lado, y sin lugar a dudas, el tema es controvertido por lo complicado que resultan ser los fenómenos climáticos. Pareciera, no obstante, que la energía solar fotovoltaica le lleva ventaja a la energía eólica como solución al problema climático. Al menos si hemos de creerle a los resultados de Miller y Keith.

Comentarios