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No todo es cuestión de números, sin embargo, y también debe considerarse el impacto que producen las publicaciones científicas que no es uniforme. Una característica de la actividad científica es que se apoya en trabajos hechos anteriormente por otros investigadores, lo que se revela en la bibliografía citada por el artículo en cuestión. De este modo, el éxito de un artículo científico se mide por el número de artículos que lo citan, lo que evidencia su contribución al avance de la ciencia.
De acuerdo con un artículo aparecido esta semana en la revista “Nature”, sin embargo, el número de citas que recibe un artículo no es tampoco un parámetro suficiente para evaluar por completo su impacto científico y criterios más detallados deben de considerarse. Dicho artículo fue publicado por un grupo de investigadores de universidades norteamericanas encabezado por Lingfei Wu de la Universidad de Chicago.
Wu y colaboradores diseñaron un índice para caracterizar el impacto novedoso -disruptivo- de un artículo científico y para tal fin consideraron un índice de novedad que cuantifica en qué medida un artículo es citado por otros artículos sin que al mismo tiempo éstos citen artículos citados por el artículo en cuestión. Es decir, si el artículo que cita no incluye citas que hayan sido referidas en el artículo citado, éste sería completamente novedoso y se le asigna un índice de novedad igual a 1. Si por el contrario, las citas a un artículo están acompañadas por citas a trabajos que hayan sido citados por el mismo, dicho artículo recibe un índice de novedad igual a menos 1.
Los investigadores llevaron a cabo un estudio bibliográfico con 65 millones de artículos, patentes y productos de software que comprenden el periodo de 1954-2014. Básicamente, demostraron que los grupos pequeños de investigadores tienden a generar avances científicos y tecnológicos que involucran ideas novedosas -con un mayor índice de novedad- más frecuentemente, que los grupos con un mayor número de integrantes. En contraste, estos últimos son más eficientes para desarrollar avances con índices de novedad negativos -lo que no tiene un significado peyorativo- basados en ideas preexistentes.
Wu y colaboradores encuentran también diferencias en cuanto a las prácticas de exploración de artículos publicados en el pasado, que tiende a ser más profundas en el tiempo en el caso de los grupos pequeños.
Estas conclusiones son relevantes dada la tendencia al crecimiento en el número de integrantes de los grupos de investigación. Este crecimiento puede entenderse por la complejidad creciente de los problemas científicos y tecnológicos que demandan para su solución grupos multidisciplinarios de investigadores. La integración de estos grupos, además, está facilitada por los avances en las tecnologías de comunicación. Los resultados de Wu y colaboradores, sin embargo, apuntan a que los resultados científicos más novedosos son resultado de grupos pequeños de investigadores.
Wu y colaboradores concluyen que los grupos pequeños de investigación deben de recibir apoyos para su trabajo, y que ambos, grupos chicos -que llegan a ideas novedosas más frecuentemente- y grandes -que desarrollan avances de manera más eficiente en base a ideas preexistentes- son esenciales para “una floreciente ecología de ciencia y tecnología”.
Estas conclusiones son, ciertamente relevantes para los países industrializados; que los son por sus florecientes sistemas científico-tecnológicos. El hecho mismo que en los Estados Unidos se apoyen iniciativas para estudiar a la ciencia utilizando métodos científicos, es una indicación -por si hiciera falta- del papel central que tiene la ciencia en ese país.
En México éste no es el caso y la ciencia no atrae normalmente mucha atención. La excepción ha sido la semana que hoy termina cuando el CONACyT estuvo en el ojo del huracán. Sin duda, todos aquellos que tenemos algo que ver con esta institución consideramos que la misma debería ser motivo de una mayor atención a nivel nacional. Si bien no de la manera a como lo fue en los últimos días; estaríamos de acuerdo.
El CONACyT, fundado en diciembre de 1970, tiene la misión de fomentar el desarrollo científico y tecnológico de México y a no dudar el país ha avanzado en esta materia a lo largo de estos años. No lo suficiente, sin embargo, dados los recursos limitados que hemos invertido y que no han llegado al medio punto porcentual del PIB, a pesar de los reiterados anuncios de que llegaría al uno por ciento.
Esperemos que las aguas se calmen y la ciencia del país llegue a buen puerto. Asumiendo que lo hace, los grupos de investigación de nuestro país, que por necesidad tienden a ser pequeños, tendrán la ventaja de ser precisamente pequeños. Al menos si hemos de creerle a Wu y colaboradores.
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