El primer laboratorio científico de la historia

Sabiduría popular



¿Deben los niños regresar a clases presenciales el próximo 30 de agosto o en su defecto proseguir su educación de manera remota? Como sabemos, esto es algo que se ha discutido de manera intensa en los últimos días. Por un lado, se aduce que sin clases presenciales se priva a los niños del contacto con otros niños y otras personas, con consecuencias negativas para su educación y desarrollo psicológico. Por su lado, quienes se oponen a las clases presenciales señalan que con esto se pondría en peligro su salud física, dada la ola de contagios provocada por la nueva cepa de coronavirus.

Habría que reconocer que a los críticos del regreso a la escuela no les falta la razón, si tomamos en cuenta que el programa de vacunación en nuestro país no ha avanzado a la velocidad que hubiéramos deseado. Así, de acuerdo con datos de la Universidad Johns Hopkins, apenas el 22.5 por ciento de la población en México está completamente vacunada.

Por otro lado, dejando de lado las obvias consecuencias negativas que tendría para la educación de los niños el no regresar a las clases presenciales, cabe preguntarse que tanta razón asiste a aquellos que aducen que la falta de contacto social los afectará negativamente en cuanto a su desarrollo psicológico. Un artículo hecho público el pasado miércoles en el sitio de preimpresos “medRxiv” nos ofrece información al respecto. Dicho artículo, en el que se estudia el desarrollo de habilidades cognitivas de niños en los primeros años de su vida, pero que todavía no ha pasado por un proceso de revisión por pares, fue publicado por un grupo de investigadores adscritos a instituciones norteamericanas encabezado por Sean Deoni, de la Universidad Brown en Rhode Island.

Deoni y colaboradores reportan los resultados de un estudio llevado a cabo para determinar en qué grado el aislamiento social obligado por la pandemia de coronavirus ha afectado el desarrollo cognitivo de los niños. Escriben al respecto: “El cerebro humano es único en su línea de tiempo de desarrollo prolongada. Los bebés nacen con cerebros relativamente inmaduros que, como ellos, son a la vez competentes y vulnerables. Los bebés son intrínsecamente competentes en su capacidad para iniciar relaciones, explorar, buscar significado y aprender; pero son vulnerables y dependen completamente de los cuidadores para su supervivencia, seguridad emocional, modelado de comportamientos y la naturaleza y reglas del mundo físico y sociocultural en el que habitan. Asimismo, el cerebro infantil nace con una inmensa capacidad para aprender, remodelar y adaptarse, pero es sensible y vulnerable al abandono y a las exposiciones ambientales que comienzan incluso antes del nacimiento. La plasticidad adaptativa del cerebro, sin embargo, es una espada de doble filo. Si bien los entornos positivos y enriquecedores pueden promover un desarrollo cerebral saludable, descuidar la inseguridad, el estrés y la falta de estimulación pueden deteriorar los sistemas cerebrales maduros y alterar los resultados cognitivos y conductuales”.

El estudio de Deoni y colaboradores fue realizado como parte de un programa iniciado en 2011 que tiene como objetivo estudiar el desarrollo de habilidades cognitivas de niños durante sus primeros años de vida. Esto les permitió comparar el desarrollo de niños nacidos durante la pandemia con el desarrollo de niños de la misma edad nacidos previo a la misma. Consideraron 672 niños del área del estado de Rhode Island, de raza predominantemente caucásica. Encontraron que aquellos nacidos durante los meses de pandemia muestran habilidades motoras y de comunicación verbal y no verbal sensiblemente menores que las de aquellos nacidos antes de la pandemia. Atribuyen este resultado a la falta de estímulo a los niños, tanto por el aislamiento impuesto por la pandemia, como por el estado de estrés en el que se encuentran sus padres por el temor a infectarse y porque tienen que dividir su tiempo entre el cuidado de los niños en casa y el cumplimiento de sus obligaciones en el trabajo –en el caso, por supuesto, de que lo hubieran conservado–. Encuentran, además, que los niños con niveles económicos menores son más afectados por el mayor grado de estrés al que están sometidos sus padres.

De estar Deoni y colaboradores en lo correcto –habría que recordar que su artículo tiene que pasar todavía por una revisión por pares–, la pandemia, aun sin infectarlos, puede afectar al desarrollo cognitivo de los niños en sus primeros años de vida. Y tenderá a hacerlo más en cuanto más bajo sea su nivel socioeconómico. Un ejemplo más de la inequidad del mundo. O sea que al perro más flaco se le cargan las pulgas.

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