El primer laboratorio científico de la historia

Fotografía de una catástrofe



El pasado jueves, un grupo de investigadores encabezado por Gabriele Scorrano de la Universidad de Roma, publicó un artículo en la revista “Scientific Reports” en el que se reporta, por vez primera, la secuencia genómica de una víctima de la erupción del volcán Vesubio. Como sabemos, en el año 79 d.C. el Vesubio hizo erupción sepultando a las ciudades de Pompeya y Herculano, situadas a orillas del golfo de Nápoles, y matando a unos dos mil de sus habitantes.

Desde el siglo XVIII, cuando se iniciaron las excavaciones de Pompeya y Herculano, ambas ciudades han resultado fascinantes, pues al quedar repentinamente sepultadas por metros de cenizas y rocas volcánicas se congelaron en el tiempo, proporcionando una estampa de primera mano de la vida en esa parte del mundo en un día hace casi dos mil años.

Un testimonio escrito de lo sucedido ese día nos lo da Plinio el Joven, sobrino e hijo adoptivo de Plinio el Viejo. En el momento de la erupción del Vesubio, Plinio el Viejo comandaba la flota romana en Miseno, localidad situada en un extremo del golfo de Nápoles. Plinio el Joven, quien igualmente se encontraba en Miseno, escribe en referencia a su tío, un sabio con conocimientos enciclopédicos sobre un gran número de temas: “El 24 de agosto, cerca de la una de la tarde, mi madre le pidió que observara una nube que apareció de un tamaño y forma muy inusual (que luego se descubrió provenía del Vesubio) …. Este fenómeno le pareció a un hombre de tanto conocimiento e investigación como mi tío, extraordinario y digno de profundizar. Mandó preparar una embarcación ligera y me dio licencia, si quería, para acompañarlo. Dije que prefería seguir con mi trabajo”.

A la postre resultó que la decisión de Plinio el Joven habría sido más sabía que la de su tío, pues éste, en su afán de profundizar sus conocimientos sobre la nube, terminó muerto, envenenado por la misma. Según Plinio el Joven, su tío: “Instantáneamente cayó muerto; sofocado, según conjeturo, por algún vapor grueso y nocivo, habiendo tenido siempre una garganta débil, que a menudo estaba inflamada”.

Al margen del testimonio de Plinio el Joven, sabemos que una buena parte de los habitantes de Pompeya y Herculano murieron asfixiados o quemados por los flujos de gases y materiales volcánicos que avanzaron a gran velocidad y con temperaturas de cientos de grados centígrados, barriendo a las ciudades de manera súbita.

Dada la exposición de los cuerpos a altas temperaturas, que lo mismo ocurrió al aire libre que en el interior de los edificios, los científicos dudaban que pudiera recuperarse material genético útil de los restos corporales. Scorrano y colaboradores, sin embargo, demostraron que sí es posible recuperar material genético que proporcione información valiosa.

La investigación se basó en dos esqueletos encontrados en lo que habría sido el comedor de la llamada “Casa del Artesano” en Pompeya. Uno de los esqueletos se encontró recostado sobre los restos de un triclinio, una especie de diván que los romanos usaban en el comedor -tenían la costumbre de comer acostados-, con el brazo y la pierna izquierda descansando en el suelo, y el brazo y pierna derechas sobre el diván. El segundo esqueleto se encontró sentado en el suelo, con los brazos recogidos enfrente de la cabeza, con ambos pies ladeados hacia la derecha, y con la espalda apoyada en otro triclinio. La posición en que se los encontró indica que ambos fueron sorprendidos por el flujo de gases volcánicos y que no intentaron huir. Los investigadores determinaron que el esqueleto encontrado sobre el triclinio perteneció a una persona del sexo masculino, con una edad entre 35 y 40 años, mientras que aquel encontrado sobre el suelo corresponde a una mujer con una edad superior a los 50 años.

Si bien los restos de la mujer no proporcionaron suficiente información para un análisis genético completo, sí pudo determinarse que el hombre tenía un perfil genético consistente con la población de Italia central en la época romana, y que sus ancestros probablemente llegaron de Asia menor durante la edad neolítica. De manera adicional, un análisis del esqueleto masculino arrojó evidencia de que padecía tuberculosis espinal, lo que es apoyado por el hecho de que los investigadores encontraron ADN del patógeno de la tuberculosis en dicho esqueleto.

Scorrano y colaboradores concluyen que, si bien las altas temperaturas a las que fueron sometidos los cuerpos encontrados en Pompeya pudieron haber destruido su material genético, al mismo tiempo, el hecho de que hayan sido sepultados en cenizas mitigó el deterioro de dicho material por el contacto con el oxígeno del aire.

Así, existen esperanzas de que Pompeya nos proporcione una fotografía cada vez más precisa de una ciudad hace dos milenios y de la catástrofe que acabó con ella. Más allá de la información limitada que nos proporciona el único relato del que disponemos.

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