El primer laboratorio científico de la historia

Una raya más al tigre



La Luna no es un lugar acogedor para los visitantes. Entre otras cosas porque no tiene aire para respirar, además de que las temperaturas que ahí se experimentan pueden oscilar entre 120 grados centígrados durante el día y menos 150 grados centígrados durante la noche. Estas variaciones de temperatura, que son debidas a que la Luna no tiene atmósfera que regule su temperatura y a la larga la duración de los días y noches lunares que se extienden por dos semanas, hacen imposible sobrevivir en la Luna sin equipo especial.

Si bien en la Tierra no llegamos a estos extremos, sabemos que hay lugares con variaciones de temperatura que pueden llegar a ser incómodas. En lugares secos, por ejemplo -como es el caso de nuestra ciudad- las noches despejadas producen mañanas frescas por la pérdida de calor debida a la ausencia de nubes que reflejen el calor emitido por la superficie de la Tierra. Al mismo tiempo, en días sin nubes el flujo de radiación solar incrementa la temperatura ambiental de manera considerable.

En la situación actual, en la que el planeta está experimentando un cambio climático, cabe preguntarse en qué medida dicho cambio está afectando las diferencias de temperatura entre el día y la noche. Esta pregunta es abordada por un artículo aparecido el pasado mes de noviembre en la revista “Nature Communications”. Dicho artículo fue publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Ziquian Zhong de la Universidad Normal de Beijing, y en el mismo se concluye que, en los últimos 30 años, por efecto del cambio climático, el incremento en las temperaturas diurnas sobrepasa al incremento de las temperaturas nocturnas. Esto significa que la brecha entre ambas temperaturas está creciendo.

La diferencia de incrementos de temperatura entre el día y la noche, conocido como “incremento asimétrico”, ha sido observado desde la segunda mitad del siglo pasado. Entre 1961 y 1990. dicho incremento fue negativo, lo que significa que la diferencia entre las temperaturas diurna y nocturna estaba disminuyendo. En su artículo, Zhong y colaboradores encuentran que en las últimas tres décadas esta tendencia se ha revertido, de modo que las temperaturas diurnas están creciendo más rápidamente que la nocturnas y la brecha entre ambas temperaturas está aumentando. De manera precisa, encuentran los investigadores que entre 1961 y 1990 en el 81 por ciento de la superficie terrestre el incremento asimétrico era negativo, mientras que a partir de 1991 dicho incremento se tornó positivo en el 70 por ciento de dicha superficie.

Zhong y colaboradores basaron su estudio en dos conjuntos de observaciones meteorológicas que cubren todo el planeta, si bien no lo hacen de manera suficientemente amplia para Sudamérica y África. En estas condiciones, encuentran los investigadores que ambos conjuntos de observaciones arrojan resultados similares para Norteamérica, Europa, Asia y Australia. No es el caso de Sudamérica y África, posiblemente por datos insuficientes, concluyen los investigadores.

Las causas que llevaron a este cambio de tendencias son complejas, como lo es el clima de la Tierra. Sin embargo, consideran Zhong y colaboradores que dicho cambio está asociado a una disminución de nubosidad. En palabras de estos investigadores: “Descubrimos que el cambio en la tendencia del calentamiento asimétrico está estrechamente relacionado con cambios en la radiación solar asociados con la nubosidad total. Este hallazgo ofrece una nueva visión y una perspectiva diferente sobre el cambio climático en las últimas décadas. Dado que las nubes pueden continuar teniendo una retroalimentación positiva sobre el calentamiento global a través de flujos de radiación, el fenómeno de incremento en la temperatura diurna por encima del de la temperatura nocturna puede persistir y potencialmente intensificarse en el futuro. Por lo tanto, es necesario prestar más atención a este fenómeno de calentamiento asimétrico, desde la perspectiva de abordar los desafíos que plantea el calentamiento global”.

No esperaríamos, por supuesto, que la brecha entre las temperaturas diurnas y nocturnas alcanzara los niveles observados en la Luna -ni aún los de Marte, que también serían letales. Según los expertos, sin embargo, mayores brechas de temperatura podrían afectar a la producción de alimentos e incluso a nuestra salud. En este sentido, podrían llevar a un mayor ritmo cardiaco y presión sanguínea, y a un incremento en enfermedades cardiovasculares y respiratorias. Así, con el calentamiento asimétrico añadimos una raya más al tigre del calentamiento global.

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