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El verano más caluroso en dos mil años



Refiriéndose a acontecimientos de los que fue testigo en el año 536 d.C. el historiador Procopio escribió en su obra “Historia de las Guerras”: “Y aconteció durante este año que tuvo lugar un presagio de lo más terrible. Porque el sol dio su luz sin brillo, como la luna, durante todo este año, y se parecía mucho al sol en eclipse, porque los rayos que arrojaba no eran claros, como los que acostumbra arrojar. Y desde el momento en que sucedió esto, los hombres no quedaron libres de guerra ni de pestilencia ni de ninguna otra cosa que lleve a la muerte. Y era el momento en que Justiniano se encontraba en el décimo año de su reinado.” Según los especialistas, lo presenciado por Procopio fue producto de una erupción volcánica que arrojó a la atmosfera grandes cantidades de gases y ceniza que oscurecieron la luz del sol. El resultado fue un invierno volcánico que produjo el año más frío en los últimos dos milenios.

El episodio relatado por Procopio no ha sido único a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, el año 1916, conocido como el “Año que no tuvo verano”, fue particularmente frío por la erupción del volcán Tambora en Indonesia un año antes. En años más recientes, la erupción en 1991 del volcán Pinatubo en Filipinas, produjo una disminución de la temperatura global, si bien no tan severa como la presenciada por Procopio.

De manera similar a su disminución temporal por causas naturales, la temperatura global ha experimentado a lo largo de la historia incrementos temporales de manera natural. Además, desde hace unos dos siglos, a la variabilidad natural de la temperatura global se le ha añadido un incremento continuo por la emisión de gases de invernadero a la atmósfera. Y como consecuencia, el verano del año 2023 ha sido el más caluroso de los últimos 2,000 años. A esta conclusión llega un artículo publicado esta semana en la revista “Nature” por un grupo de investigadores encabezado por Jan Esper de Johannes Gutenberg University, en Mainz, Alemania.

Para llegar a esta conclusión, Esper y colaboradores reconstruyeron la temperatura del aire durante los meses de junio a agosto a lo largo de los últimos 2,000 años. Dado que solamente se tienen mediciones de la temperatura del aire a partir de 1850, los investigadores tuvieron que reconstruir dichas temperatura dos mil años hacia atrás. Para esto hicieron uso de la información sobre el clima que está grabada en el tronco de los árboles.

Como es conocido, los troncos de los árboles muestran anillos, de colores claro y oscuro de manera alternada. El color claro corresponde al crecimiento acelerado del tronco durante los meses de primavera y verano, mientras que el color oscuro se da por un crecimiento más lento durante el otoño y el invierno. Así, cada par de anillos claro y oscuro corresponde a un año de vida del árbol, de modo tal que contando el número de anillos es posible averiguar la edad de un árbol vivo. En el caso de un árbol muerto, dicho número corresponde a la edad que tenía en el momento de morir.

Además de la edad de un árbol, su tronco guarda información sobre el clima de la Tierra en el pasado. Esto es debido a que el grosor de un anillo depende de la temperatura y la humedad ambiental imperantes en el momento de crecer, de modo que estudiando dicho grosor es posible determinar las cambiantes condiciones climáticas bajo las cuales se desarrolló el árbol, particularmente en lo que se refiere a la temperatura ambiental.

Como mencionan Esper y colaboradores, dado que en el hemisferio sur hay menos mediciones de temperatura que en el hemisferio norte y a que en las latitudes bajas las estaciones son menos marcadas y por tanto el patrón de anillos es menos informativo, limitaron su estudio a latitudes en el hemisferio norte entre los 30 y los 90 grados.

La conjunción de temperaturas medidas y reconstruidas, empleando más de 10,000 árboles, llevó a Esper y colaboradores que el verano de 2023 ha sido el más caluroso en los últimos dos mil años, con una temperatura que sobrepasó cuando menos en 0.5 grados centígrados a la temperatura del año 246 d.C., que es la más alta ocurrida antes de que empezáramos a quemar combustibles fósiles. Además, comparada con la temperatura baja récord ocurrida durante el reinado de Justiniano, la temperatura de 2023 fue 4 grados centígrados más alta. Dados estos números, Esper y colaboradores concluyen: “Aunque 2023 es consistente con una tendencia de calentamiento inducida por los gases de efecto invernadero que se ve amplificada por el evento de El Niño, este extremo enfatiza la urgencia de implementar acuerdos internacionales para la reducción de las emisiones de carbono.”

Aunque fuera esperado según la tendencia, y aun sin compartir el pesimismo de Procopio sobre las consecuencias que puede traer un cambio climático, no deja de impresionarnos que el año pasado haya sido el más caliente en dos mil años. Al mismo tiempo que cruzamos los dedos para que el actual no lo supere.

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