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Un artículo por aparecer en la revista “Journal of Archaeological Science: Reports” relata la identificación genética de James Fitzjames, quien era capitán del velero HMS Erebus, el cual, juntamente con el HMS Terror, integraba la malograda expedición británica al océano Ártico encabezada por John Franklin, que buscaba el Paso del Noroeste que conectaría los océanos Atlántico y Pacífico cruzando por el norte de Canadá. El Erebus y el Terror fueron vistos por última vez en julio de 1845 por un barco ballenero en la bahía de Baffin, esperando con 129 hombres a bordo por condiciones climáticas favorables para iniciar su travesía en el ártico. Misma que iniciaron, pero nunca terminaron, pues los dos veleros quedaron atrapados en el hielo por dos inviernos consecutivos y fueron abandonados por sus tripulaciones en abril de 1848.
La pretensión de quienes abandonaron los barcos -los 105 tripulantes que todavía quedaban vivos- era quizá alcanzar caminado hacia el sur un puesto comercial de la “Hudson Company”. No obstante, por razones que no están todavía suficientemente claras, nunca alcanzaron su propósito y todos murieron en el camino. Qué fue lo les sucedió realmente, es algo que en buena medida permanece en el misterio.
Se ha especulado que los tripulantes del Erebus y el Terror fueron debilitados por los tres años que fueron forzados a invernar en el ártico y que esto de un modo u otro los llevó a la muerte. Se ha sugerido también que se podrían haber envenenado con plomo, debido a que las latas de comida que llevaban a bordo habrían sido soldadas con plomo de manera tan deficiente que la comida en su interior habría sido contaminada con dicho metal. Hay una circunstancia, sin embargo, que llama la atención, pues los exploradores, no fueron ayudados por los nativos del lugar, que si lo habían hecho con expediciones anteriores en la misma región.
En este sentido, como lo relata Nicholas Bayne de la London School of Economic and Political Science en un artículo publicado en al año 2020 en la revista “London Journal of Canadian Studies”, los exploradores británicos John y James Ross que antecedieron a la expedición de John Franklin a la misma región del ártico establecieron relaciones amistosas con la población inuit que les enseñaron técnicas de supervivencia en el ártico. Así, aprendieron que para soportar el frío en esas regiones es mejor la ropa fabricada con pieles de animales, que aquella que habían llevado de Inglaterra.
Los Ross aprendieran también que los alimentos que llevaban a bordo rápidamente conducían al escorbuto, a menos que los complementaran con alimentos frescos, y que para aquellas latitudes lo adecuado era una dieta rica en aceite y grasa. Como comenta Bayne, “Los inuit viven enteramente de carne y pescado, los únicos vegetales que consumen son aquellos que encuentran en los estómagos de los caribú, que consideran son una delicia”.
Se ha argumentado que los expedicionarios de John Franklin, por problemas culturales, habrían considerado que nada podrían enseñarles, ni tampoco ayudarles, unos nativos culturalmente inferiores a los británicos, entonces en el esplendor del imperio. Al margen de este punto de vista, Bayne comenta en su artículo varios aspectos que habrían contribuido al fracaso de la expedición de Franklin. Por ejemplo, hace notar que la ropa europea que levaban los tripulantes del Erebus y del Terror no era la más adecuada para los climas árticos, como lo entendieron los Ross, ni tampoco lo era la comida que llevaban a bordo.
Además, la expedición estaba planeada para que los expedicionarios siempre estuvieran a bordo de sus barcos y no consideraron la posibilidad de que tuvieran que abandonarlos. Así, cuando se encontraron los restos de los expedicionarios que murieron en su caminata hacia el sur, encontraron que llevaban trineos propulsados por ellos mismos y no por perros como hacían los nativos, cargados con cosas de poca utilidad que solamente contribuían con un peso muerto. A todo esto, se añade que el número de expedicionarios era demasiado grande, lo que habría dificultado que recibieran ayuda de parte de la población local, constituida por grupos de tamaño reducido.
Cualquiera que sea la interpretación que se de a la tragedia del Erebus y el Terror, la expedición habría estado mal concebida, según Bayne. En ese sentido, podríamos quizá entender que, desde una posición eurocéntrica, una expedición con 130 hombres y dos veleros que podían también propulsarse por vapor y que llevaban a bordo sendas bibliotecas de 1,000 libros, tenía todas las de ganar. Una expedición organizada, además, por el mayor imperio del mundo, cuna de la revolución industrial. Pero que no llevaba intérpretes para entender a los locales y no consideró aquello de que, al país que fueres, haz lo que vieres.
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